En las novelas de misterio, los elementos necesarios para comprender el final se van desvelando a medida que avanza la trama. Algo similar está ocurriendo con la epidemia del COVID-19 en el Perú. Conforme va pasando el tiempo y se van revelando cifras, tenemos una idea más clara sobre cuál será su impacto en la vida de los peruanos. La diferencia es que, más que una historia de misterio, esta parece una de terror.
Lo que sabemos hasta el momento es que el Perú está en el “top ten” de los países más golpeados por el COVID-19 en el mundo. Ocupamos el puesto 6 en cuanto al número de casos totales y el 9 en el de casos por habitante. Ello, a pesar de que nuestro sistema de salud, si bien precario, no es uno de los peores del mundo (al menos 54 países tienen menos camas por habitante). Asimismo, es probable que si el subreporte de fallecidos en el Perú no fuese tan grande (Italia registra el doble de muertes a pesar de tener la mitad de los casos y un sistema de salud de primera), también ocuparíamos los primeros puestos en cuanto al número de muertes (fuente: ourworldindata.org).
Por el lado económico, la información que ha ido apareciendo es igual de espeluznante. Hace dos semanas nos enteramos de que la mitad de la fuerza laboral de Lima Metropolitana ha perdido su empleo, que el PBI cayó 40% en abril y que el Banco Mundial prevé una contracción de nuestra economía de 12% para este año (una de las peores del mundo). Por último, la semana pasada nos enteramos de que el FMI prevé un resultado aún peor (-13,9%), aunque coincide en que será uno de los peores del mundo.
Ante el cada vez más previsible y terrorífico final de esta historia, el presidente Vizcarra ha ensayado dos argumentos para intentar convencernos de que la actuación de su Gobierno ha sido correcta a pesar del mar de evidencias en contrario. El primero, que le pedimos demasiado (“nos exigen que resolvamos los problemas del país en cien días”). Yo, la verdad, no conozco a nadie que le pida algo semejante. En mi caso, al menos, las críticas se deben a que los resultados de su gestión son mucho peores que los de gobiernos de países más pobres y con sistemas de salud más débiles. Bolivia, Haití, Ecuador, El Salvador, Guatemala, y Honduras, por ejemplo, tienen mayores niveles de informalidad y disponen de menos camas de hospital per cápita, pero presentan menos infectados por habitante y se proyecta que sus economías se contraigan este año, en promedio, menos de la mitad que lo que se contraerá la peruana. Y no son los únicos.
Su segundo argumento es que somos demasiado burros para comprender cuán eficaz ha sido su manejo de la epidemia (“es la historia la que va a juzgar las decisiones que tomamos en los momentos oportunos y qué logramos con estas decisiones”). Es decir, que por alguna razón que no entendemos, en el futuro lo juzgarán sin fijarse en la evidencia que muestra que el equipo que él lidera es uno de los que peor han gestionado la crisis en el planeta.
La ficción, para que sea buena, tiene que ser creíble. Y esta definitivamente no lo es