Es muy probable que usted no sepa qué es TikTok, el centro de la última disputa diplomática entre China y los Estados Unidos. Yo tampoco lo sabría de no tener tres adolescentes en casa.
TikTok es una aplicación móvil que reproduce videos de hasta 15 segundos de duración. Sus usuarios son casi todos jóvenes, y su contenido, usualmente escenas de bailes, canciones, bromas o acrobacias. Su éxito (la aplicación ha sido descargada más de dos mil millones de veces) se debe a que su algoritmo permite reproducir continuamente estos videos de acuerdo con las preferencias de cada usuario. Su desarrollador es la empresa china ByteDance, la start-up tecnológica más valiosa del mundo.
Desde hace unas semanas, Donald Trump venía sosteniendo que el éxito de TikTok generaba riesgos a la seguridad nacional, y amenazaba con prohibirla a menos que sea vendida a una empresa estadounidense. Como resultado, Microsoft inició conversaciones con ByteDance para adquirirla.
El último capítulo de esta historia ocurrió el jueves pasado, cuando Trump cumplió su amenaza y prohibió, a partir de mediados de setiembre, las transacciones entre empresas o personas de su país y TikTok. ByteDance tiene hasta entonces para cerrar un trato o perder su inversión, pero el tiempo corre y no hay acuerdo a la vista. El Gobierno chino dice que se trata de un robo.
¿Qué tiene que ver la aplicación de moda entre los adolescentes con la seguridad nacional de los Estados Unidos? El Gobierno de este país argumenta que, de darse el caso, ByteDance no podría oponerse a una orden del Gobierno chino para que le entregue la información privada de millones de estadounidenses. Y que esa información podría ser usada para espiar a cualquiera.
En mi opinión, esta preocupación, así como todas las relacionadas con la privacidad de los usuarios, es legítima (¿les gustaría que el Partido Comunista Chino tenga los nombres, teléfonos, correos electrónicos y ubicación de sus hijos y sus amigos? A mí, no). Más aún cuando TikTok opera en los Estados Unidos, pero empresas de ese país, como Google y Facebook, están prohibidas de operar en China. Pero la forma como la administración Trump ha manejado este asunto es tan incorrecta que hasta ganas me dan de darle la razón al Gobierno chino.
Estados Unidos está expropiando un negocio legítimo, y lo está haciendo de una forma solo un poco más elegante que la usada por Don Corleone para obligar a un director de orquesta a firmar un contrato (ponerle una pistola en la cabeza y decirle que su firma o su cerebro quedarían en él). Peor aún, Trump ha dicho que, de cerrarse un acuerdo entre Microsoft y ByteDance, el Tesoro debería obtener una tajada. Esta actitud no solo debilita el imperio de la ley, sino que coloca al Gobierno estadounidense al mismo nivel que los regímenes totalitarios que (con razón) critica.
La forma correcta de lidiar con los problemas de privacidad en Internet es la creación de un sistema, basado en principios, que proteja la información de los usuarios (hoy Estados Unidos no lo tiene). Si de acuerdo con este resulta necesario prohibir una aplicación china, rusa o de cualquier país, enhorabuena. Pero dejar la solución al capricho de un presidente irresponsable y en campaña electoral, es una receta para el desastre.