CARLOS ADRIANZEN
Decano de la Facultad de Economía de la UPC
Imagínese un bailarín trabado. Que intenta saltar y se cae estrepitosamente. Que intenta hacer una pirueta, se enreda, y luego del intento se bloquea. No importa qué tan excelente bailarín este individuo puede llegar a ser. Trabado simplemente no lo mostrará. Incluso podría llegar a creer –a través de la tacita aceptación de algún complejo psicológico– que el baile no es para él: es para otros. Habría llegado entonces a una situación metafóricamente similar a la de casi todas la economías latinoamericanas actualmente etiquetadas como víctimas de la trampa del ingreso medio. En un iluso afán de introducir el desarrollo económico por decreto terminan tan trabadas como el bailarín aludido...
Diariamente, los peruanos leemos agradables cables periodísticos sobre el atractivo potencial de la economía nacional. Nos presentan la ilusión de largas colas de proyectos en minería, agricultura, infraestructura, servicios, etc. Pero la realidad es hoy diferente. Somos una suerte de bailarín trabado por reglas que nosotros mismos imponemos, por torpeza o ideologías. Las cifras relevantes lo contrastan nítidamente. Nos parecemos más a una nación trabada más en Latinoamérica que a otra económicamente en ebullición. Y notémoslo, aquí el horizonte temporal relevante no es el corto plazo. Hacer bailar económicamente a una economía pobre (desarrollarse), no nos refiere a indicadores trimestrales o anuales; implica décadas de alto crecimiento.
Una sugestiva comparación nos la da el caso de China. Corrigiendo al ex presidente chileno Lagos, la China si es el auténtico Tigre del Pacífico. Hace relativamente pocas décadas atrás la economía peruana equivalía a casi la mitad de China. Y esto aunque a principios de los años sesenta no éramos nada parecido a una economía encaminada al desarrollo (pero tampoco habíamos caído como nos derrumbamos en los ochenta).
En la actualidad, en cambio, el PBI peruano no asoma siquiera al 2% del PBI chino. Ellos comenzaron a bailar. Eliminaron la mayoría de las trabas a la inversión privada. No por un año, sino por décadas. Se convirtieron en una plaza destrabada, confiable, escrupulosamente respetuosa de la propiedad privada. Nosotros no. Ellos aprendieron a decirle sí a las inversiones en montos crecientes e interiorizaron socialmente la importancia de hacerlo. Nosotros a la fecha aún no lo hemos hecho.
Nos creemos muy ricos, siendo pobres. Nos creemos abiertos y trabamos los proyectos de inversión de peruanos y extranjeros a todo nivel de gobierno. Nos cuentan que estamos bailando, pero cada pirueta que intentamos hacer termina en el piso. Sino recordemos en qué quedaron Conga o Tía María. Destrabarse no es una cuestión retórica ni se resuelve realizando invitaciones en bonitos ‘roadshows’. Requerimos eliminar generalizadamente trabas a la inversión privada local y foránea en una escala que nunca hemos hecho. Alejándonos de Chile, Brasil o Argentina y pareciéndonos más a China. Este es el camino de la eliminación de la pobreza y toma décadas, determinación y liderazgo pavimentarlo.