Desde los 14 años de edad, casi todo peruano se pasa la vida trabajando. Muchos empiezan antes y la mayoría sigue después de cumplir los 65 años. Una mentira estadística dice que las amas de casa no trabajan, cuando el valor económico de su labor en el hogar es evidente y medible. ¿Existe abuela que no esté discapacitada, que no siga ayudando con el cuidado de los niños, la cocina y la limpieza, y así contribuyendo al presupuesto familiar?
Toda esa labor de los 22 millones de peruanos en edad de trabajar puede servir de base para la acumulación de un ahorro pensionario y evitar así la pobreza que puede acompañar la vejez. De hecho, el peruano ahorra, voluntariamente, y por eso la proporción de pobres es menor entre los que han cumplido 65 o más años que en el total de la población. Existen además los sistemas de ahorro obligatorio, público y privado, pero menos de tres millones aportan; el Estado no ha encontrado la forma de hacer efectiva esa obligación. Creo que una de las causas ha sido el poco conocimiento de la dinámica y complejidad de la vida laboral peruana.
Un primer aspecto es la extrema movilidad geográfica. Durante milenios, la trashumancia estacional ha sido parte de la agricultura serrana, por razones del clima y altura. Más recientemente, a ese movimiento rutinario se sumó la migración de millones de campesinos a la ciudad. Lo que es menos conocido es la actual cultura de movimiento continuo. El peruano de hoy vive en un bus u otro medio de transporte. Según Teófilo Altamirano, el campesino ahora se mueve entre dos localidades sin que una de ellas sea considerada como centro de su vida, manteniendo residencias en ambas. En un estudio de seis comunidades de la sierra sur en 1978, María Gabriela Vega descubrió que la mitad de los jefes de familia había vivido un promedio de seis años afuera de su comunidad. La antropóloga Erdmute Alber sugiere que debemos dejar de referirnos a la migración y hablar más bien una vida de permanente “oscilación”.
Ese movimiento quizá explica el carácter “multioficio” del trabajador peruano. Muchos de los migrantes, después de su retorno al campo, se ocupan en oficios no agrícolas, trabajando como artesanos, choferes, carpinteros, empleados, vendedores o comerciantes. En 1973, un estudio de trabajadores mineros en Huancavelica comprobó esa versatilidad. El minero –dijo– se convierte en un coleccionista consciente de oficios y habilidades.
Además están los trabajos secundarios. Un descubrimiento del último censo agropecuario fue el fuerte aumento en el trabajo afuera del predio propio. De 1994 al 2012 se ha doblado el número de agricultores que migra temporalmente a trabajos en otros predios agrícolas o un trabajo no agrícola. El trabajo secundario es común también en los sectores formales. Un estudio del Instituto del Perú descubrió que, de cada tres maestros “a tiempo completo” de las escuelas públicas, dos tenían además una ocupación adicional, como sucede también con los médicos y policías.
La combinación de movimiento geográfico y alta rotación de trabajos significa una alta variabilidad en el flujo de ingresos y difícil fiscalización por parte del Estado. Pero también implica que el trabajador tiene una alta necesidad de ahorro, no solo para la vejez sino por razones de trabajo, aspectos que se deben tomar en cuenta para cualquier reforma del esquema actual de ahorro obligatorio.