Un tremendo error en camino, por Carlos Adrianzén
Un tremendo error en camino, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

Una campaña electoral accidentada y ajustada se presta a la demagogia y a candidatos que ofrecen lo que sea con tal de conseguir los votos. 

En medio de la contienda, la sucesión de propuestas sensatas y disparates complica al elector. Prevalece la discusión de ofrecimientos muy populares (como la elevación del salario mínimo, rebajas impositivas y ofertas generalizadas para aumentar el presupuesto estatal). Otras iniciativas de mayor importancia económica no son discutidas y discretamente pasan piola. 

Entre estas propuestas destaca reintroducir el control estatal de los intereses bancarios. Así, los candidatos más desesperados nos ofrecen tasas de interés cómodas (con costos reales cercanos o menores a la inflación), a nunca pagar (con plazos muy largos y renovables) y accesibles para todos (incluso para quienes no tendrían mayor capacidad de repago).

Pero ¿cuáles serían los efectos económicos de tan simpática propuesta? Controlar las tasas de interés formales tiene efectos nocivos. 

Para empezar, limita el crédito formal. Un interés menor para los préstamos implica también un interés menor para los depositantes. 

Además, genera un poderoso desincentivo al ahorro formal o local (ya que los depositantes verían reducido el interés recibido, alargado el plazo de recuperación de sus ahorros y elevado el riesgo de recuperación, ante la masificación no técnica de la asignación de los depósitos). 

Un tonto diría que esto no sería así porque los reguladores estatales obligarían –por decreto– a los bancos o cajas a reducir su margen de intermediación (la diferencia entre lo que cobran por un préstamo y lo que pagan por un depósito). Y añadiría que esto sería un acto de justicia social porque beneficiaría a los acreedores y les quitaría a los banqueros.

Este punto de vista ignora que los bancos o las cajas prestan mayoritariamente el dinero de terceros (los ahorristas). Además, los márgenes solo se pueden regular en el papel. 

La evidencia de décadas demuestra que, cuando sucesivos regímenes aplicaron controles a los intereses, los ahorristas resultaron esquilmados y los bancos fueron distribuidores de un subsidio inflacionario (con rentabilidades infladas por decreto). Al mismo tiempo, el volumen real de financiamiento en la economía se encogió a niveles extremadamente bajos. Toda una vergüenza de política económica.

A inicios de la década de 1990 se liberalizaron las tasas de interés. Con ello reapareció el crédito (en un ambiente de reformas a medias, en el que los márgenes no se redujeron) y los bancos tuvieron que conseguir su propia rentabilidad en el mercado. 

Me imagino la cantidad de banqueros mercantilistas que añorarán un régimen de izquierda que controle las tasas de interés y les asegure rentabilidades fáciles e infladas. 

Aquí los responsables no son los banqueros, sino los electores. Si elegimos candidatos que nos ofrecen demagogia financiera, después no nos quejemos cuando el crédito escasee mucho más.