La semana pasada, el presidente Trump implementó la prohibición migratoria más completa y extensa en la historia de los Estados Unidos. Trump extendió la suspensión “temporal” de permisos de residencia que había anunciado hace dos meses hasta por lo menos fin de año. Además, congeló varias categorías de visas de trabajo.
La medida afecta directamente de manera adversa a millones de personas –los potenciales inmigrantes y sus familiares en EE.UU.– y a las empresas que quisieran contratar extranjeros. También impacta negativamente en la economía y en los trabajadores estadounidenses.
Dice Trump que la crisis de la pandemia justifica su decisión, ya que la economía se ha contraído, el desempleo se ha disparado y la gente se sigue enfermando. Afirma que restringir la inmigración severamente salva vidas y puestos de trabajos estadounidenses.
Pero si lo sanitario fuese la preocupación principal, ¿por qué no poner a los inmigrantes en cuarentena un par de semanas como lo han hecho de manera exitosa otros países que no se han cerrado al mundo frente al coronavirus?
Tampoco tiene sentido suspender la inmigración para proteger el empleo estadounidense. La evidencia demuestra que los inmigrantes, en vez de tomar puestos de trabajo, los crean, porque aumentan la productividad de las empresas y, a la vez, crean más demanda de otros servicios y productos a través de sus salarios. Nuevos trabajadores crean nuevos trabajos. Por eso, el experto migratorio Alex Nowrasteh observa que la fuerza laboral de EE.UU. pudo duplicarse desde 1970 sin experimentar un desempleo del 50%.
De hecho, los estudios encuentran que la gran mayoría de los trabajadores estadounidenses se benefician de la inmigración y que los efectos negativos sobre los salarios, cuando los hay, son mínimos y se concentran en una minoría de trabajadores. Hay políticas públicas no restrictivas que pueden atender ese problema. Por la misma razón, la reducción migratoria ha impactado de manera negativa los salarios u oportunidades laborales de los estadounidenses, como fue el caso durante la Gran Depresión o cuando se canceló el programa Bracero en los 60, que empleaba a inmigrantes en la agricultura.
Por tener una economía libre y por su tradición relativamente abierta a los inmigrantes, EE.UU. ha podido atraer a la gente más innovadora del mundo que ha contribuido de manera desproporcional al dinamismo del país. El 45% de las 500 compañías más grandes del país, como Apple, fueron fundadas por inmigrantes o por los hijos de inmigrantes. Desde 1975, los inmigrantes en EE.UU. han registrado el 25%-30% de las patentes.
Desafortunadamente, Trump ahora también está suspendiendo visas para trabajos de alta calificación. Esto afecta especialmente a empresas de alta tecnología que en años recientes se han quejado de que su acceso al mejor talento del mundo se ha restringido demasiado. Las visas H1-B para tales trabajadores ya se habían limitado a 85.000 por año, a pesar de que las empresas pidieron 275.000 este último año. Las restricciones crecientes, y ahora la prohibición, tuvieron lugar a pesar de que en ese sector el desempleo es bajo, el empleo de inmigrantes es alto y es una industria clave durante la pandemia que, sin duda, ha mejorado la situación de la mayoría de los estadounidenses.
Quizás lo más nocivo de las medidas de Trump, más allá de que reflejan su postura antiinmigración de larga data, es lo que identifica el experto legal Ilya Somin: que la ley y las cortes le han dado el poder casi completo al presidente de prohibir entrada a cualquier inmigrante por cualquier razón. Eso viola la Constitución, según Somin, por delegar poderes legislativos al Ejecutivo y debe ser revertido por el Congreso o las cortes. Me temo que ninguna de las dos instituciones, sin embargo, están hoy a la altura