Cuando los economistas discutimos sobre los impactos de la epidemia del COVID-19, tendemos a centrarnos en la salud, el trabajo y la economía. Eso, a mi juicio, deja de lado las consecuencias más duraderas que dejará esta enfermedad: aquellas sobre la educación de nuestros niños.
En efecto, a pesar de la pésima manera en la que el Gobierno ha gestionado la epidemia, en el largo plazo la mayor parte de los enfermos estará curado, casi todos los que han perdido su empleo habrán encontrado otro, y quienes han recaído en la pobreza habrán vuelto a salir de ella. Pero no recuperar las clases perdidas puede condenar a toda una generación a ver sus ingresos reducidos para siempre. El Banco Mundial estima que, en ausencia de medidas de mitigación, la pérdida de clases debido a la pandemia generará a cada escolar del mundo una pérdida de ingresos durante su vida laboral equivalente a US$16.000 en promedio (alrededor del 8% del PBI mundial). El costo para un país con una población mayoritariamente joven como el Perú, sería enorme.
¿Cuántas horas de clases virtuales equivalen a una tradicional? No lo sé, pero intuyo que, en promedio, más de una. Mi experiencia como padre y profesor indica que las plataformas desarrolladas para permitir reuniones de trabajo virtuales (Zoom, Microsoft Teams y similares) son un pobrísimo sustituto de un aula real. Para empezar, porque es difícil saber si un estudiante está atento o no a la lección. Las distracciones están, literalmente, a un clic de distancia. Y si mi hija de seis años ya sabe cómo ver videos de Minecraft mientras está en clases, me pregunto cuánta atención estarán prestando realmente sus hermanos que están en secundaria (y que, seguro por casualidad, se sientan de tal modo que ni su madre ni yo podemos ver sus pantallas).
Diversos especialistas señalan que la pandemia va a aumentar la brecha educativa entre los que tienen y los que no. Y no solo porque entre las familias de menores recursos la tenencia de dispositivos es baja y la cobertura de Internet limitada, sino, sobre todo, porque es más probable que sus profesores carezcan de las habilidades digitales necesarias para que la educación virtual sea efectiva. Aun así, me parece encomiable el esfuerzo que está haciendo el Ministerio de Educación para implementar la plataforma “Aprendo en Casa” y repartir tablets a los alumnos de 25.000 colegios públicos del país. Algo de educación es siempre mejor que ninguna.
Si bien creo que es primordial reabrir los colegios lo más pronto posible, eso es mucho más fácil de proponer que de implementar. En Europa, los colegios en empezaron a reabrir alrededor de 30 días después de que las infecciones alcanzaron su pico y aquí no sabemos cuándo llegaremos a ese punto. Además, asegurar el mantenimiento de la distancia social es muy difícil en colegios públicos como los peruanos, que en muchos casos tienen una alta densidad de alumnos e instalaciones higiénicas deficientes.
La epidemia del COVID-19 dejará cicatrices inclusive entre quienes no sufrieron la enfermedad. Temo que la de la educación va a ser una de las más difíciles de borrar.