José Carlos Requena

¿Por qué hablar de la “herencia” de alguien que aún está vigente, como lo hace Mirko Lauer al referirse a la presidencia de (“La República”, 5/7/2022)? La razón indudable es que el principal consenso en los últimos meses es que es muy difícil imaginarse una situación política como la actual –plagada de caos, inacción e inmoralidades– por cuatro años más. Difícil, pero no imposible.

Si bien Lauer se centra en lo que será el legado de la errática gestión de Castillo para la izquierda, lo cierto es que el impacto de su paso por la presidencia será mayúsculo y –en general– negativo, muy lejos de lo que un sector importante de sus votantes avizoraba; “no va a pasar nada”, decían. Sea a la brevedad o en el plazo contemplado en la Constitución (un escenario muy dañino), la presidencia de Castillo tendrá severos impactos.

Entre la opinión pública, es evidente que las cifras trascienden la desaprobación (en promedio, solo uno de cada cinco encuestados respalda a Castillo) para instalarse en la desesperanza generalizada. Sin que haya como telón de fondo una guerra interna o una dura crisis económica generada por la hiperinflación, las cifras que trae el estudio de Ipsos encargado por Apoyo Consultoría son bastante gráficas y se acercan a las de los inicios de la década de 1990. La percepción de que el país está retrocediendo llega a su cifra más alta en los últimos 31 años, mientras solo el 3% (el mínimo histórico) cree que el país está progresando (“Informe SAE”, 4/7/2022).

En el Estado –y a pesar de alguna inercia del aparato gubernamental que ha evitado que los estropicios sean mayores–, se han visto retrocesos en la mayoría de sectores. Ello tiene su base en un criterio poco adecuado para designar ministros o altos funcionarios, por tener como principal motivación el responder a cuotas políticas o atender a las demandas de grupos de interés que no tienen como principal motivación el bienestar común.

La presidencia, cuyo ocupante personifica a la Nación, ha sido mancillada reiteradamente. Ello no tiene que ver –como pretende hacernos creer la defensa oficialista– con alguna agenda clasista, racista o con cualquier otra discriminación, o con alguna voluntad antidemocrática. De hecho, el mismo presidente es el principal responsable de las presiones, incluso fiscales, que enfrenta. El oscuro entorno que él mismo escogió, entre familiares y allegados, es el principal origen de que se haya vuelto rutinario el hecho de que un equipo de la fiscalía ingrese a Palacio de Gobierno como parte de una investigación.

En un entorno como el descrito, tanto la inversión privada como la vida diaria de la gente están a merced de vaivenes que imposibilitan forjar algo cercano a una visión de futuro. La tarea, sin duda, excede el liderazgo presidencial y aún su gestión misma: varios pasivos no dependen directamente del mandatario y demandan un rol decidido de las élites, o son arrastrados desde la recuperación de la democracia plena. Pero su presidencia ha empeorado severamente la herencia ya compleja que recibió hace un año.

Mientras va acumulando estropicios a su paso, el mandatario permanece, como bien describe Lauer, “aferrado a un cargo que lo excede por todas partes, rodeado de abogados y de compadres”. Pero el momento terminal en que Castillo tome un pasaje de la canción de Bola de Nieve de la que esta columna toma el título (que se inspira en la nota de Fernando Vivas sobre la salida del mandatario de Perú Libre, 3/7/2022) para referirse a la presidencia parece aún de pronóstico reservado: “Tengo las manos tan deshechas de apretar / Que ni te puedo sujetar”.

José Carlos Requena es analista político y socio de la consultora Público