Nuestra economía crece mucho menos. Mientras a marzo del 2011 crecíamos más del 9% anualizado, hoy crecemos alrededor del 4% (y no pocos vaticinan un crecimiento mediato aún menor). Algunos culpan a los precios externos –no por caer drásticamente, sino por dejar de crecer– y a la falta de diversificación de nuestro aparato productivo. Y nos aseguran que debemos resignarnos a crecer a ritmos menores por un buen tiempo. Es decir, hay que enterrar discretamente cualquier pretensión de consolidar ganancias significativas en términos de desarrollo económico; en al menos una generación.
Para graficar esta afirmación, basta con tener en cuenta que si el producto bruto interno por habitante del Perú y Estados Unidos creciese –del 2014 al 2021– a ritmos anuales del 4% y 1%, respectivamente, el nivel de desarrollo peruano (encarado como la porción del valor del PBI de un estadounidense el 2021) no alcanzaría ni siquiera el valor registrado (12,4%) por el Banco Mundial en 1960. Resignarnos aquí no es realismo. Solo es autocomplacencia a la baja y descubre esa ideología marxistoide que nos descalifica como una nación pasiva, exportadora de piedras (materias primas).
Lo realista, en cambio, es que podemos crecer en el aludido lapso (y por todas las décadas que resulte necesario) a ritmos de crecimiento por habitante mucho mayores al 4%. Las razones son:
Primera, somos una economía pequeña. Casi imperceptible globalmente (menor al 0,24% del PBI global). Abundan mercados con clientes para colocar productos peruanos a un ritmo exponencial sostenido.
Segunda, tenemos una economía bastante más cerrada de lo que se dice. Registramos casi un décimo del coeficiente de apertura del de una nación exitosa en términos de desarrollo económico reciente (Singapur, por ejemplo). Tenemos –si ajustamos las tuercas– mucho margen para crecer comerciando, aun bajo una economía global accidentada.
Tercera, no somos una potencia primario exportadora. Nuestros recursos naturales no son globalmente impresionantes, tampoco proveerían esquemas de crecimiento basados en añadir valor agregado a nuestras exportaciones primarias. Como lo señaló en su reciente visita a nuestro país Ricardo Hausmann, investigador de la Universidad de Harvard, eso de desarrollarnos inventando rentabilidades a las exportaciones con –dizque– mayor valor agregado es un mito envuelto en toneladas de torpeza económica.
Y cuarta, estamos reduciendo nuestro crecimiento por miedos burocráticos. La burocracia que nos gobierna está paralizada y paraliza. No solo está repleta de personal con insuficiente formación y sugestiva ideología estatista: tienen actualmente mucho miedo. No se atreven a limpiar regulaciones (que deterioran la competitividad local) y tiemblan de solo pensar en destrabar inversiones. Son los verdugos y las víctimas de la discrecionalidad legal y regulatoria que hoy bloquea el crecimiento peruano.
Quitémosles el miedo. Introduzcamos, por ejemplo, un texto único de procedimiento administrativo (TUPA) de aplicación general y carente de discrecionalidad. Esto con la esperanza de que nuestra alicaída institucionalidad judicial y de control no meta preso a algún burócrata que se atreva a cumplir con su trabajo. Además, para introducir prácticas automáticas y generalizadas de gobierno electrónico.
¿Y la diversificación productiva? Que la haga nuestra gente, aprovechando oportunidades en el mercado. ¿Y los iluminados? Déjenlos descansar. Están aterrados.