¿Cómo se explica el crecimiento de la capacidad productiva de los países? Por mucho tiempo, la explicación se centraba en la inversión: a más maquinarias e infraestructura, más producción. Hasta que al economista Robert Solow se le ocurrió contrastar la teoría con la estadística y para sorpresa de todos descubrió que la inversión explicaba apenas un 20% del crecimiento histórico de Estados Unidos, descubrimiento que le valió el Premio Nobel. Estudios de otros países llegaron a conclusiones similares. Si no es la inversión, ¿cómo se explica el 80% de la impresionante multiplicación productiva? Hoy, después de medio siglo de estudio y debate, la respuesta más aceptada es que el crecimiento productivo es resultado más que nada del conocimiento.
Pero habría que aclarar. El conocimiento que eleva la producción no es la ciencia de punta que sale de los laboratorios. Es muy diferente ser científico que ser inventor de soluciones para la vida práctica de la economía. El transporte fue revolucionado en el siglo XIX por un mecánico casi analfabeto, George Stephenson, cuando inventó el tren a vapor. Bill Gates no terminó la universidad –estudió apenas dos años– y en el Perú, donde el título vale tanto, hubiera tenido un futuro limitado. La mayoría de los inventores han sido del molde de Stephenson y Gates, personas de poca educación, pero de gran creatividad y sentido práctico.
Otra aclaración es que, a diferencia del capital físico que normalmente tiene dueño, el conocimiento es en general un bien sin dueño, por lo menos en la práctica. Ciertamente existen las patentes y registros de propiedad intelectual, pero su alcance protector es una ínfima parte del valor generado por la vasta aplicación del conocimiento. En los tres países más dinámicos del último medio siglo, Japón, Corea del Sur y China, el número de patentes fue insignificante durante las primeras décadas de sus despegues económicos. Después de su derrota en la Segunda Guerra Mundial, el PBI de Japón creció a más de 8% al año durante un cuarto de siglo, sin inventar casi nada: en esos años el número de patentes japonesas era apenas 2% del número de patentes registradas en Estados Unidos. Durante muchos años, ser producto japonés era casi sinónimo de ser una copia.
Corea del Sur se volvió un país altamente productivo siguiendo el mismo camino de poner toda la atención en la aplicación de conocimientos ya existentes. Finalmente, China ha venido superando a todos sus antecesores en la carrera del desarrollo a base de una masiva absorción de tecnología ya creada por otros, y recién en los últimos años empieza a enfatizar el avance científico y las patentes.
Es una lástima que Karl Marx no pudo estar enterado del descubrimiento posterior de Solow. De haberlo sabido a tiempo, tendría que haber escrito no “El capital”, sino “El conocimiento”, para explicar la evolución económica de los países. Tampoco hubiera sido necesario despotricar contra los capitalistas. En realidad, el crecimiento impulsado por el conocimiento, que es casi gratis y que se encuentra al alcance de los países y de las poblaciones más pobres, es lo que está realizando la revolución que buscaba Marx. Del mismo modo, la proyección pesimista de Thomas Piketty, quien sostiene que la desigualdad crecerá inevitablemente, termina siendo errada en la medida en que sus cálculos se basan en la creencia antigua de que la producción es un resultado del capital físico y no del conocimiento o capital intangible.