Dea Picture Library / Getty Images
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Patricia del Río

Mary Wollstonecraft. El nombre no te dice nada. No puedes pronunciarlo. Sin embargo, si fuiste al colegio o a la universidad, tal vez tengas algo que agradecerle. Wollstonecraft vivió en la Inglaterra del siglo XVIII. Hija de una madre golpeada y de un padre borracho, muy pronto decidió que su vida no dependería de un hombre, que sería independiente. La clave, lo tuvo muy claro desde el principio, estaba en la educación. Ella no se iba a conformar con las clases de música y bordado que recibían las niñas de la época: quería saber más, aprender más. En uno de sus ensayos más vanguardistas, “Vindicación de los derechos de la mujer” (1792), argumentaba que las no son por naturaleza inferiores al hombre, sino que parecían serlo porque no recibían la misma educación. Por eso se dedicó a promover obsesivamente la igualdad de oportunidades, basada en el pensamiento crítico.

Pero si la vida para las mujeres puede ser cruel en el siglo XXI, en el XVIII rozaba lo insoportable. A la lucidez de Mary la acompañó siempre una personalidad extrema, una sensibilidad febril que solo le sirvieron para ser calificada de loca, libertina… Se enamoró perdidamente del artista suizo Henry Fuseli, y como él estaba casado, no se le ocurrió mejor idea que proponer no sé si un trío o un hogar poliamoroso: la mandaron a volar con sus enloquecidas ideas. Viajó hasta la Francia de la revolución creyendo que allí encontraría las ideas de igualdad que tanto anhelaba, pero en el nuevo mundo de Robespierre no había espacio para mujeres, así que se tuvo que conformar con el amor pasajero de un norteamericano que la abandonó con un embarazo a cuestas del que nació su primera hija.

Finalmente cayó en brazos del anarquista William Godwin, con quien se casó, y encontró amor y reconocimiento. Pero la vida tenía otros planes para ella. Murió al parir a su segunda hija, una pequeña a la que solo pudo cargar diez días, antes de que la matara una infección posparto.

Su legado estuvo oculto por muchos años. Los escándalos de su vida privada opacaron sus aportes intelectuales. Pero hubo una herencia que nadie pudo destruir: tal vez empezaste leyendo esto sin saber quién era Wollstonecraft, pero sin duda has leído o escuchado la historia de Frankenstein, ese monstruo que lucha por encajar en un mundo que no lo acepta. Pues la autora de ese clásico es , hija de Mary Wollstonecraft, esa niña que nunca pudo ser cargada por la madre revolucionaria, que moría en el momento en que su hija empezaba a vivir.

Por la sangre de Shelley viajaron la genialidad, la independencia y la convicción de que somos capaces de todo. Por la de tus hijas viajarán tus dudas y tus convicciones. Por la de tus nietas el legado de millones de mujeres que no se rinden. Porque, a ver si vamos entendiéndolo, cada susurro de hoy será un grito de mañana. Porque esta lucha viene de muy atrás, y continuará hasta derrotar al último monstruo.