Entre Acuña y Barnechea, por Carlos Meléndez
Entre Acuña y Barnechea, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

Si colocamos a todos los candidatos presidenciales en un continuo social, César Acuña y Alfredo Barnechea podrían representar los extremos, dos formas distintas y distantes de reconocimiento público en uno de los países más desiguales del continente. La campaña electoral obliga a los candidatos a interpelar al electorado a través de sus imágenes de éxito personal. Acuña se ha etiquetado como un empresario rodeado de “plata como cancha”, mientras Barnechea como un librepensador que no la necesita. Ambos, empero, comparten la búsqueda de legitimación intelectual –que les resulta esquiva–.

Llama la atención cómo sendos candidatos resuelven sus brechas académicas para proyectar una imagen más integral de éxito. Acuña, un magnate de la educación superior –de baja calidad–, ha conseguido sus títulos de posgrado apelando al engaño. Como es evidente, es un plagiador en serie. Barnechea se ha erigido como opinólogo de mundo, a pesar de sus estudios incompletos en la PUCP y una maestría (¿?) en Harvard. Su falta de laureles académicos es suplida con una producción prolífica de ensayos –‘non-fiction’, para hablar en su lenguaje coloquial–.

La ansiedad por el reconocimiento intelectual de ambos candidatos es sintomática del estrés por ‘el cartón’, enclavado en nuestra idiosincrasia, el cual trasciende a otros candidatos presidenciales –García y su mito doctoral, Toledo y su utopía de Harvard–. Acuña ha distribuido doctorados honoris causa a diestra y siniestra, como si los méritos académicos se contagiaran por el simple tacto. Barnechea es un especialista del lobby –cultural, político y empresarial–, lo que le ha permitido ingresar a los circuitos sociales del intelectual público latinoamericano. Acuña es el rey del ‘copy and paste’; Barnechea, el gran líder del ‘name dropping’.

Acuña y Barnechea representan dos mundos distintos dentro de una misma frustración intelectual. El empresario chotano recluta celebridades del chollywood de la opinión pública local para su consorcio universitario, sin que ello suponga el incremento del mérito académico de sus casas de estudio. El autodidacta iqueño ostenta su biblioteca megalomaníaca para sacar en cara que “piensa el Perú todos los días”. A su modo, cada cual expresa una imagen de superación personal que produce admiración en importantes sectores sociales. Para ‘los de abajo’, los anti-establishment, Acuña ha logrado lo imposible viniendo de un origen campesino –madre analfabeta, padre con apenas educación primaria–. Para la ‘GCU’, los pro establishment, Barnechea tiene el roce social suficiente para dignificarlo como ‘presentable’ a nivel internacional. El verbo fallido de Acuña parece no importar abajo, la verborrea de Barnechea tampoco.

Las elecciones generales son una oportunidad para reflejarnos como país. Los peruanos tenemos de Acuña y de Barnechea, de informalidad salvaje y de argolla jet-set, de ‘emergencia’ social que niega a los Sánchez-Paredes y a Rómulo León, respectivamente. Los candidatos presidenciales sacan a la luz nuestras miserias y pretensiones. No se trata solamente de elegir a quien creemos el mal menor, sino también de exhibir la fragmentación de una sociedad que no termina por reconciliar sus infortunios. Quizás el elector promedio peruano esté a medio camino entre estos dos extremos, aunque cueste reconocernos. Lo sabremos el 10 de abril.