La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, asumirá en el 2016 la presidencia pro témpore de la Alianza del Pacífico (AdP), el bloque formado por el Perú, Chile, Colombia y México, y que en su muy corta vida ha dado pasos gigantes hacia una verdadera integración económica.
La AdP no solo ha liberado completamente el 92% de su comercio. Ha hecho avances importantes en facilitar el movimiento de personas, la integración de sus mercados bursátiles y en muchos otros aspectos económicos y políticos que en definitiva conseguirán afianzar su progreso económico y cimentar sus valores democráticos.
Sin embargo, aun antes de iniciar su mandato al frente de la AdP, Bachelet parece impaciente por adelantar su agenda de acercamiento al Mercosur. Asistió hace pocos días a la cumbre de este bloque para pedir confirmar una fecha a fin de concretar un acuerdo de la AdP reafirmando lo que ella llama una “convergencia en la diversidad”, un reconocimiento críptico de que los dos bloques comerciales tienen poco o nada en común.
El activismo de Bachelet la ha llevado a sostener conversaciones sobre el tema con el nuevo presidente argentino, Mauricio Macri; el presidente del Uruguay, Tabaré Vázquez, y la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff. Macri se ha mostrado entusiasta con la idea porque, a mi juicio, ve la aproximación a la AdP como un instrumento para la reforma económica que plantea para Argentina.
La posición de Bachelet, en cambio, es más de carácter ideológico, como dejan entrever las reiteradas declaraciones de su canciller, Heraldo Muñoz, y reflejan los grandes cambios económicos y políticos que el gobierno de Bachelet ha tratado de implantar desde que fue elegida para su segundo mandato, esta vez en alianza con los partidos de izquierda de su país.
Los países del Mercosur tienen políticas comerciales diametralmente opuestas a las de la AdP y sus dos principales miembros, Argentina y Brasil, exhiben desequilibrios macroeconómicos mayúsculos que los han llevado a lo que se vislumbra como una prolongada recesión. Acercar la AdP al conjunto más cerrado y proteccionista de América Latina sería sin duda frenar su vertiginosa evolución.
Curiosamente, fue el gobierno de Bachelet el que esgrimió estas razones cuando, durante su primer mandato, se resistió decididamente a aceptar la propuesta de Brasil y Argentina a unirse al Mercosur. Chile reconocía entonces que su clara política de integración al mundo peligraría si sucumbía a lo que llamaron “retórica integracionista”. Chile tuvo razón aquella vez, pero ahora parece olvidar la historia de los intentos de integración latinoamericanos.
Hace más de medio siglo, América Latina ha buscado integrarse económicamente en busca de una palanca de desarrollo y siempre fracasó. Desde la formación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc) en 1960, los gobiernos de la región idearon un esquema integracionista tras otro, pero la integración económica les ha sido esquiva.
Pese a todos estos esfuerzos, América Latina sigue comerciando principalmente con Norteamérica, Europa y Asia.
Naturalmente, detrás de todos estos fracasos ha estado la insistencia en la industrialización forzada detrás de altas barreras arancelarias, subsidios y sobrevaloración de las monedas nacionales. Más aun, la estrategia de industrialización por sustitución de importaciones y su discrecionalidad a la hora de otorgar favores o decidir qué industria debía o no “promoverse” ha sido parte integral de la ideología política del populismo latinoamericano, a su vez, el principal responsable del atraso de la región.
La AdP, en cambio, es un esquema natural de integración abierto al mundo que ha provocado interés y entusiasmo en todos lados. Son ya 32 países de Norteamérica, Asia, Europa y casi toda América Latina los que tienen hoy estatus de observadores en la AdP. Panamá y Costa Rica se aprestan a adherirse como miembros plenos.
La evidencia más clara de la incompatibilidad entre la AdP y el Mercosur se encuentra en la facilidad con la que los integrantes de la primera han concluido tratados de libre comercio con las economías más desarrolladas del mundo, mientras que el Mercosur trata infructuosamente por casi 15 años de negociar un tratado de libre comercio con la Unión Europea.
La AdP representa igualmente una poderosa plataforma de integración económica con el Asia-Pacífico y su inserción en las cadenas mundiales de valor, requisito fundamental para el progreso de sus miembros.
Tras haber sido el ejemplo latinoamericano en llevar adelante políticas públicas inteligentes y sensatas, Chile puede esta vez ejercer plenamente su derecho a equivocarse, pero sus socios de la AdP no deben seguirle.
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