Usted y yo los oímos, pero a él no lo amedrentan. La vida de Alejandro Soto es muy exagerada como para que se pare en seco y dé un paso al costado ante los tambores de censura. Lo hará cuando su cálculo le diga que es insostenible, que la moción que pide su cabeza cuenta con mucho respaldo y, al revés, Alianza para el Progreso y sus aliados se lo quiten. Soto sobrevive por inercia y porque se aferra a su instante.
En el 2020, murieron su esposa y su único hijo. En el 2021, se trasladó de Cusco, donde vivió toda su vida, a Lima para ser congresista. En el 2022, a los 62 años, tuvo otro hijo con una abogada, Lizeth Peralta, con la que no estableció una relación formal (esa es la versión de Soto, pero no conocemos la de ella). En el 2023, se ha convertido en presidente del Congreso con una ristra de cuestionamientos tan pesada como la agenda parlamentaria. Con esa biografía, lo que para usted y para mí es un escándalo, para él es una turbulencia y, simplemente, se ajusta el cinturón para soltar las excusas de siempre: la acción judicial prescribió, la denuncia se archivó, la sanción no se notificó a tiempo, yo no sabía, la ley cambió.
Hay dos casos de reparaciones ordenadas por sentencia judicial. Una, fruto de una querella por difamación ganada por el querellante, la pagó cuando ya era congresista; la otra, fruto de un proceso interpuesto por la contraloría para que devolviera unas dietas de alrededor de S/20.000 que recibió irregularmente como regidor del distrito cusqueño de Santiago. Soto solo pagó S/1.000 y dejó que el cobro pasara a archivo transitorio. Tenemos a un presidente del Congreso con antecedentes judicializados de perro muerto, entre otras perlas. Para remate, ayer la empresa Waynapicchu tuvo éxito en que le admitieran una demanda civil contra Soto, pues la penal ya había prescrito.
¿Hay que alegrarse porque todo esto conduzca a la censura o a la renuncia de un presidente del Congreso? Si usted quiere sangre, ¡celebre! Soto es un accidente, una mala escogencia de APP (aunque el partido quisiera hacer extensiva su culpa a los aliados del ‘Bloque Democrático’), efecto de la sed de César Acuña y su cúpula por encontrar un cuadro alineado con sus intereses. Y hay algo más, que tiene que ver, por rebote y sorpresa, con el equilibrio de poderes y la gobernabilidad. Palacio de Gobierno está encantado con Soto. No por lo que este haga, sino porque, mientras suenen los tambores de censura contra él, mientras el Congreso afronte este nuevo riesgo de implosión, el foco estará puesto en él, y Dina y Alberto tendrán más serenidad para gobernar. Porque este no es un gobierno que busque la iniciativa –en ese caso, le pelearía cámaras al Congreso–, sino un perfil bajo que asegure su supervivencia. Así estamos. Soto nos representa.