Escribo esto, mis chicas, luego del último pitazo del Mundial.
Lo hago porque esta ha sido la primera final que no vimos juntos y también porque en los últimos días nació entre ustedes una rivalidad áspera sobre cuál debía ser el equipo ganador.
Ustedes ya saben por quién simpatizaba yo.
También saben que no soy un futbolero apasionado y que al estadio voy por novelería. Si soy algo es un mundialero, y lo soy porque me fascinan las historias que se van tejiendo en esas canchas al azar, como si la mano de Dios (la verdadera, no la de Maradona) usara la pelota como la esfera de un bolígrafo. El fútbol es una fábula permanente y no es casualidad que sea la fuente de tantas metáforas para dramatizar nuestros vaivenes en la guerra o el amor. O quizá sea al revés, tal vez se trate del recipiente donde convenimos en precipitar nuestras pasiones y valores como si se tratara de un laboratorio controlado.
A ti, M, que querías que gane Argentina, y a ustedes, A y M, que votaban por Alemania, les preguntaré algunas cosas, pidiéndoles disculpas de antemano por las etiquetas que devienen en caricatura, porque alemanes los hay de todo tipo y argentinos también: ¿Recuerdan cuando su madre y yo les repetíamos luego de cada comida que debían lavarse los dientes? ¿Y cuando les poníamos el despertador antes de lo acordado para que no tuvieran que andar con ajetreos de última hora? En esos momentos presiento que éramos Alemania. ¿Y esos días en que nos saltábamos la tarea del colegio para ir a comer un helado y bautizar sitios como nuestros lugares secretos? ¿Tardes esas en que le poníamos apodos a la gente que pasaba por la calle? Nos parecíamos más a Argentina. ¿Cuando su madre les ponía las verduras adelante y les prohibía levantarse hasta no terminar con el último rastro de clorofila y yo me alineaba con ella? Éramos Alemania, con la camiseta blanca bien planchada. ¿Y esas veces que íbamos a embutirnos medio kilo de churros mientras yo hacía referencia al canibalismo que iba cometiendo? Éramos Argentina bullanguera, con manchas de chocolate en el pecho. ¿Recuerdan esa noche en que su madre y yo les proyectamos un PowerPoint con las conductas inadecuadas que percibíamos en ustedes y la tabla de consecuencias que debían asumir? Alemania. ¿Y la vez que su madre y yo levantamos la mano en las asambleas del colegio para quejarnos del exceso de tareas que les daban? Argentina.
Si esta final del domingo fue tan apasionante para nosotros fue porque salieron al césped dos formas de encarar la vida. La de la previsión y la de la improvisación. La de los hoteles separados con meses de anticipación y la de los viajes que se tejen a cada paso. Si su madre y yo nos comportamos como “alemanes” o como “argentinos” en esferas distintas de su crianza es porque intuimos que la vida trata bien a los que mejor se preparan, pero puede ser implacable con quienes piensan que pueden dominarla. Somos Aletina, mis chicas. Somos Aletina.
* www.gustavorodriguez.pe