Nunca le he prohibido a mis hijas que vean “Combate” o “Esto es guerra”, esos programas de destreza física donde guapas y guapos compiten mostrando sus cuerpos esculturales.
Uy, caramba. Lo acabo de escuchar. Acabo de sentir el rugido de los defensores de la moral y los militantes contra la telebasura, así que trataré de ser claro con mis razones.
En primer lugar, confío en la educación que su madre y yo les hemos dado. Por cada diez episodios de “Combate” que han visto debo haberles comprado quinientas páginas de libros, llevado a una obra de teatro y salido a comer un postre para conversar de temas igual de interesantes que el romance entre Yaco y Natalie. Además, me parece natural que tres adolescentes muestren interés por chicos guapos y que sus corazones palpiten ante la ilusión de un romance entre dos participantes en pantalla. La prueba de que la mejor decisión no fue la prohibición, sino estimular sus mentes, está en que ellas mismas perdieron luego el interés por estos programas.
Por otro lado, pienso que se comete un error al colocar estos espacios como abanderados de la televisión basura. Quizá escriba esto porque acabo de devorar “Señorita Laura” –la biografía en cómic de Laura Bozzo, con autoría de Marco Sifuentes y Hernán Migoya– y he recordado la época en que terminó por instalarse la telebasura en el Perú con la complacencia del poder de turno. Corría el último tercio del gobierno de Fujimori cuando los antiguos programas de Ferrando, a veces criticados por lucrar con la necesidad de los asistentes, se convirtieron en televisión blanca comparados con las producciones de Magaly Medina y Laura Bozzo. Para enfocar mejor el análisis, quizá convenga buscar la definición de “basura” en el reino de las ondas. Si tuviera que arriesgar una, diría que televisión basura es aquella que, en su afán de conseguir éxito comercial, no repara en despreciar la dignidad de las personas, en invadir vidas privadas y en permitir la confrontación y el lenguaje grosero para lograr sus fines. Los programas de Magaly y de Bozzo llenan con holgura estos tristes requisitos, pero no estoy tan seguro de que los programas mencionados al inicio los cumplan. El papel que sí cumplen es el de vacas de las que un sistema ordeña la mierda: si en los pasillos de “Combate” o “Esto es guerra” naciera alguna discusión, al día siguiente serán los diarios populares, los portales de noticias, los espacios de espectáculo y –válgame Dios– los informativos de los propios canales los que harán eco de ello. Convendría entonces ampliar la mira, para cazar liebres y no gatos. Critiquemos a quienes deciden que un noticiero tenga entre sus titulares un romance tonto, a los responsables de que la farándula haya secuestrado los informativos, a quienes narran los deportes apelando al odio, a los periodistas que no dudan en airear asuntos privados, a los anunciantes que son abastecedores principalísimos de este sistema.
Con un frente así de amplio, abruma decidir por dónde empezar a generar una verdadera regulación.
Por fortuna, sí existe un espacio en donde usted es el productor del contenido: su hogar. Mientras más lecturas, arte y estímulos intelectuales tengan sus hijos, menos interesantes les parecerán unos chismes de pacotilla.