El arte del retrato, por Beto Ortiz
El arte del retrato, por Beto Ortiz
Redacción EC

Uno se vuelve un novelista consagrado apenas logra colocarse en una foto al lado de Vargas Llosa. Jason Day, por ejemplo –que, últimamente, es la novia de todas las bodas y el muerto de todos los sepelios- es también un insigne literato. Me consta. Yo lo vi en la última edición de “¡Hola!”  parado junto a nuestro Premio Nobel en un cóctel de embajada. Ya antes había aparecido divirtiéndose en el matrimonio de Alan García II. ¡Cáspita!¿Quién hubiera dicho que mister Jason Day era, en realidad, un escritor aprista? Hay que tener muchísimo cuidado en estos días. Fotografiarse al lado del pariente de un narco, por ejemplo, puede traerse abajo una candidatura presidencial. Es horrible. Y ahora que cualquier hijo de vecino tiene cámara, una simple fotito tomada al vuelo puede convertirse en una evidencia incriminatoria. Por sus fotos los conoceréis. 

Espero que sea obvio que el párrafo anterior carece del menor sentido y que me perdone el célebre activista por haberlo puesto como ejemplo de un absurdo que, sin embargo, sonará perfectamente lógico. En Lima, fotografiarte al lado de Mario Testino te vuelve “prestigioso”, así como hacerlo al lado de Rómulo León te convierte automáticamente en “corrupto”. El país se divide en esos dos grandes grupos: los prístinos (¡oh!) y los pestíferos (¡aj!). Conocedor de tamaña imbecilidad, decidí divertirme ejecutando un plan siniestro que, por fortuna, funcionó a la perfección.  Eran las once de la noche del miércoles y en una zona vip llamada “El Cielo”, un hervidero de atroces demonios emergidos de los más diversos círculos del averno celebraba los 40 años del broadcaster José Francisco Crousillat. 

La de Magaly fue la primera silueta que pude reconocer en medio del humo del azufre y me bastó una rápida –y atónita- mirada a la surtida concurrencia para preguntar lo que cualquier periodista de TV habría preguntado: ¿Has venido con camarógrafo? No. Diablos. Tenemos que hacernos una foto-le dije- ¡todos los archivillanos juntos! Esta oportunidad no se va a repetir jamás. Se rió y me advirtió que no contara con ella. Le pedí que me diera una manito con la producción. Contamos, en total, 13 malignos con lo que el cuadro de La Última Cena nos quedaba redondito mas nunca faltan los aguafiestas. El recordado dueño del diario “El Chino”, Moisés Wolfenson -uno de los no pocos egresados de Saint George presentes esa noche- arrugó. Pero hubo otro entusiasta, cuyo nombre he olvidado, que se acolleró. “Perdón: solo ex reclusos” –se le dijo. ¡Yo también he estado preso!” –protestó. ¿Por qué delito? Homicidio culposo. Disculpe, señor, solo corruptos-lo choteó Magaly con una carcajada y terminó posando ella también. El resultado fue absolutamente sublime  y la reacción de la mayoría moral, la esperada: Ay, qué horror. Ay, qué barbaridad. Justo lo que queríamos. Fue como hacer una campaña de Benetton. Como hacer “Parejas Imaginarias” otra vez. Si el arte no sirve para incomodar a la gente decente, ¿para qué carajo sirve entonces? Arte, sí. Qué fácil es escandalizar Lima, por mi madre.