El asilo negado a Alan García ya es leyenda. Es insólito que tras 17 días refugiado en la casa del embajador, le digan adiós. Una institución de la era romántica de la política, hecha de fronteras abstractas, territorialidades metafísicas, nobles gestos que obligan por encima de la ley de los plebeyos, acaba de ser relativizada –casi destruida– por los expedientes de jueces y fiscales. Alan ha hecho historia, muy a su pesar.
Aposté a que le negaban el asilo, en principio por puro ‘wishful thinking’ de patriota indignado por el trajín de García con la imagen del Perú. Creí que, con los dos pies dentro de la embajada, no se iba a dejar sacar. Pero los días pasaban y todo me daba la razón. Incluso, la llamada de Vizcarra a Tabaré Vázquez, temeridad que podía abonar la tesis alanista de la persecución, fue efectiva. Palacio y cancillería se complementaron para que Uruguay recibiera todas las advertencias necesarias de que, si daba el asilo, el Perú lo pondría contra las cuerdas en todas las instancias multilaterales. Y en la relación bilateral se arriesgaba a perder el principal destino de su sobreproducción de arroz (que no me vengan los economicistas ortodoxos a decir que una cosa no tiene que ver con la otra, como si no fueran los políticos los que urden el marco normativo con el que los países hacen negocios).
Dicen que los huéspedes son como el pescado: a los tres días apestan. García fue consciente de esa lastimera condición cuando el presidente y el canciller uruguayo declararon que estaban ante una difícil decisión. Y, así como antes de pisar la residencia uruguaya, hizo consultas infructuosas ante otras sedes, empezó a buscar traslado. En una crónica conté que un emisario suyo hizo consultas ante Costa Rica. Algunos políticos y colegas dijeron que eran rumores. ¡No lo eran! El presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado, entrevistado por Camilo Egaña en CNN, ha confirmado esta versión diciendo que hubo “una primera comunicación”.
Ya se acabó la búsqueda de nuevos asilos para García. El no de Uruguay es una alerta jurisprudencial para todas las embajadas. García tiene que resignarse a jugar entre locales y dejar a su partido –no aludido en su declaración del lunes– en libertad para que se pliegue a una agenda mínima de consenso parlamentario. Que no vuelva, tras el capítulo uruguayo, a la estrategia de meter carbón al fujimorismo que, con lo impredecible que se ha vuelto, el incendio podría ser trágico.
El Poder Judicial tendrá que ser muy juicioso para resolver los pedidos del fiscal sin ojeriza politizada ni prerrogativas especiales. Si hay un punto medio entre esos extremos, ahí tenemos que pararnos todos.