(Foto: Antonhy Niño de Guzmán / El Comercio)
(Foto: Antonhy Niño de Guzmán / El Comercio)
Fernando Vivas

Nunca he sido antiaprista, ni siquiera antialanista. Aunque en 1985 no voté por García, me emocionó ver a los compañeros peleando la presidencia del país y a la vez espacios vitales en un movimiento popular en el que la derecha ni se metía. En ese primer mandato, vi a un García sobregirado, cometiendo temeridades que nos costaron demasiado; pero eso no me impedía reconocer su brío y brillo intelectual. Quise pensar que había en él una cuota de experimentación nacionalista con suficientes garantías democráticas como para ser contestada, como sucedió con la frustrada nacionalización de la banca.

García fue investigado, como correspondía y como gritaban los indicios, al final de ese mandato; pero también fue una de las muchas víctimas de la persecución política fujimorista. Y durante el gobierno de Toledo algunos de sus enemigos intentaron forzar el sistema anticorrupción para demolerlo. Recuerdo haber criticado esa ojeriza. Luego lo voté en el 2006. No me arrepiento de ese voto frente al Humala chavista de aquella vez. No soy, pues, antialanista.

En su segundo mandato, García creó eficazmente, y con asertividad en sus acciones políticas, las condiciones para un crecimiento extraordinario, con reducción de pobreza y sí... con tolerancia 100 a la corrupción y la informalidad. No acometió, pues, reformas indispensables como aquella que hoy a duras penas intentamos hacer con la justicia.

Hoy sigo respetando la presunción de su inocencia. No sé, ni puedo afirmar, que recibió alguna coima a través de triangulaciones con su entorno. Creo que los pagos que recibió como conferencista no deben ser considerados, así de simple, como coimas disfrazadas, pues en el mercado de las charlas magistrales hay sumas exorbitantes. Presumo que el fiscal Pérez y la colaboración judicial entre el Perú y Brasil están tras pruebas más sólidas.

Lo que me resulta vil de García es que al defenderse eche mano de la imagen del Perú y de una relación bilateral que era armoniosa. Una barbaridad de quien fue dos veces presidente. Tampoco esperaba que congresistas como Mulder, Velásquez Quesquén y Jorge del Castillo cerraran filas con esta estrategia desestabilizadora.

García no tiene orden de captura sino un impedimento de salida –al que se allanó– y que le da tiempo de sobra a él y a sus colaboradores directos (el partido debiera estar al margen de sus cuitas) de responder acusaciones. A su asistente Ricardo Pinedo, por ejemplo, lo vi defenderlo con solvencia. Debió ahorrarnos este odioso impasse con una nación amiga. Si el presidente Vásquez concede el asilo, el Perú tendrá que responder a la afrenta con todos los argumentos al alcance de la diplomacia.