Según el Antiguo Testamento, cuando Dios quiso impedir que los hombres construyan una torre que llegase al cielo, no les envió una plaga, un diluvio o un terremoto. Simplemente les impidió comunicarse, dándoles diversos idiomas. Pareciera que hoy los peruanos tampoco podemos construir un mejor futuro para todos porque no nos comunicamos correctamente. Tía María es un ejemplo de ello, con personas que se comunican mal, otras que no quieren comunicarse y muchas que no comunican nada.
Para empezar, la minera Southern tiene un problema de comunicación, pues no ha podido convencer a la población de los beneficios de su inversión, y menos ha trasmitido las mejoras de su proyecto con respecto al inicial. Habla quizá un lenguaje distinto al de su público.
Y tienen también un problema de comunicación los dirigentes de los grupos opositores, que no escuchan razones. O, más bien, que dicen que las escucharán, pero que no les harán caso, pues su decisión de boicotear el proyecto ya está tomada.
Y el gobierno se comunica mal, pues tiene dos lenguajes. Uno para los opositores de la zona, a quienes indica –con acciones– que no se opondrá a sus medidas de fuerza. Otro para el resto del país, al que le dice que Tía María es indispensable y se ejecutará de todas formas.
Y no comunicamos nada sobre este proyecto la mayoría de peruanos, que observamos lo que pasa como si no nos concerniera, aunque paralelamente nos quejemos de que el crecimiento del país sea menor. Treinta millones de espectadores pasivos ante algo que afectará nuestro futuro.
¿Y cómo resolver este babel?
Lo primero sería que el gobierno sea más coherente sobre su discurso. Y lo ideal sería que el presidente Ollanta Humala hable a la gente de la zona, para decirle que si antes se opuso al proyecto, hoy las condiciones económicas del país y del mundo cambiaron, y que su deber de presidente es buscar el bienestar de todos los peruanos. No es fácil, pero mostraría carácter de estadista.
Southern debería por su parte hacer primero un acto de contrición por los errores pasados, disculpándose claramente y sin ambigüedades ante la población. Solo después debería presentarle a la región, y al país, de manera clara y comprensible, los beneficios de su proyecto y las garantías que da para cumplir lo ofrecido.
Y lo más importante sería que todos los peruanos, estemos o no de acuerdo con el proyecto, también nos expresemos. Que digamos que todos somos socios en Tía María, y que no queremos, o que aprobamos, que se ahuyente la inversión que dará bienestar a nuestros hijos. Que no dejemos que unas pocas voces ahoguen el sentir de la gran mayoría.
¿Y qué hacer con los opositores? Cuando cambie el discurso de gobierno y empresa, y cuando millones de peruanos exijamos que también se respeten nuestros derechos, los dirigentes opositores sabrán que escuchar y negociar no es una opción, sino una obligación. Y el gobierno podrá aplicar con respaldo esa norma del mundo civilizado que dice que el bien mayor tiene prioridad, siempre que se compense adecuadamente el perjuicio de los menos.
No es una ruta fácil, pero el problema tampoco lo es. La otra opción es seguir el camino de los constructores de Babel, que –como dice la Biblia– “se dispersaron por toda la tierra y dejaron de construir”.