La batalla por Cajamarca, por Carlos Meléndez
La batalla por Cajamarca, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

La radicalización política de Cajamarca en las últimas dos décadas puede ser considerada el fenómeno regional más relevante de la historia contemporánea peruana. El clivaje pro/antiminería ha dividido la sociedad cajamarquina en dos posiciones intransigentes, a partir de las cuales se ensayan proyectos políticos que repercuten en las preferencias electorales. Por un lado, los sectores medios, urbanos, capitalinos, apuestan por la continuidad de la inversión minera y han encontrado en el fujimorismo la defensa de sus intereses. Por el otro, los sectores rurales, campesinos y empobrecidos defienden apasionadamente el agua y sus chacras como emblema de oposición a la minería. Gregorio Santos representa –en la arena política– esta lucha que se ha enraizado en la identidad regional. En medio de esta disputa, PPK no asoma con perfil propio.

En Cajamarca, el fujimorismo no es ese partido estructurado que se percibe desde Lima. Es, ante todo, una suma de maquinarias personales (los hermanos Ramírez, Joaquín y Osías), de movimientos regionales (Cajamarca Siempre Verde, sin Absalón Vásquez) y de alianzas pragmáticas con dirigencias sociales (mineros artesanales de Cajabamba). Se construye de arriba hacia abajo, tratando de ganar adeptos alrededor de la expectativa de triunfo de Keiko Fujimori. Esta estrategia favorece para convencer a un electorado dubitativo, que no se regala tan fácilmente, en una región donde los “mitos rurales” estigmatizan a la candidata presidencial como “una socia más de Yanacocha” (sic). En esta región, Fujimori es el ‘establishment’, el statu quo que la mayoría cajamarquina rechaza.

En dicha región, la sociedad civil organizada es básicamente rural (rondas campesinas y magisterio). A través de ella se erige una organización política que, además de haber accedido al poder regional, debe ser el movimiento regional más articulado socialmente: el MAS-Cajamarca. Liderado por Gregorio Santos, a diferencia del fujimorismo, se construye de abajo hacia arriba, asegurando así legitimidad y representatividad. También acoge alianzas pragmáticas con alcaldes provinciales y distritales –que no necesariamente comparten principios ideológicos–, pero que respetan la identidad regional que Santos ha sabido avivar. Santos ha aprendido que en la política las identidades mandan, no solo la coalición utilitaria.

Los ‘goyos’ –como se conoce a los seguidores de Santos– serán decisivos en esta segunda vuelta, especialmente por el tamaño de la jurisdicción electoral (la quinta en el país). Este es un electorado ‘anti-establishment’ (antiminero, antilimeño, antisistema) con buena parte, por ende, antifujimorista. En Cajamarca encontramos al antifujimorismo de ojotas, campesino, ronderil, que no rechaza a Fujimori por el legado autoritario de su padre sino porque representa la legitimación política de la minería. Por eso, a su vez, el antifujimorismo cajamarquino también es anti-PPK. Entre este grupo no existe el mal menor, sino un decisivo voto viciado. Aunque entre quienes votaron por Santos también existen sectores más sensibles a la lucha contra la pobreza, para quienes una oferta de programas sociales atrae electoralmente. Es ese el nicho que Keiko Fujimori busca capitalizar. La batalla por Cajamarca recién empieza y tiene como protagonistas a quienes posiblemente serán gobierno (los fujimoristas) y a quienes posiblemente serán la oposición orgánica con mayor futuro (los ‘goyos’).