Cualquier cosa era mejor que Guido Bellido, y Mirtha Vásquez no es cualquier cosa. Es una izquierdista con ciertas convicciones radicales –en materia de ambientalismo, por ejemplo–, pero responsable y concertadora como los tiempos mandan. Vamos, es una demócrata, cosa que no me atrevo a afirmar de su antecesor que quería mandar al traste al Congreso, a los medios y a la mitad de su propio Gabinete; todo a la vez. Al menos, en las formas, el giro en la PCM se hará sentir.
Vásquez ya tuvo un primer acuerdo del más alto nivel y lo ha hecho público: que la asamblea constituyente “no está como una de las prioridades, en este momentito”. No lo dijo porque le salió del forro, sino que dio a entender que lo conversó con Castillo (luego, este intentó contradecirla. Típico detalle castillista). O sea, el presidente se sentó por primera vez con una premier escogida por él sin influjo de Perú Libre (PL) y convinieron en bajar a media asta una de las principales banderas de PL. Como dice mi amigo Juan de la Puente, el castillismo ha reemplazado al cerronismo.
¿Pero es trazable un ‘pensamiento Castillo’ o algo por el estilo? No hay una doctrina o trabajo de comprensión del Perú que siquiera podamos extraer con fórceps de la retórica presidencial. Sin embargo, hay (in) decisiones, detalles de estilo, lemas y algunas ideas, ni propias ni singulares, pero hechas suyas, que podríamos etiquetar como un nacionalismo de izquierda con reivindicaciones identitarias. En su caso, lo identitario tiene acentos: ser miembro del magisterio (“palabra de maestro”), provenir del campo (de ahí que le prepararan un plan de ‘segunda reforma agraria’ y suela hacer el recuento del atraso rural vivido por él) y étnicos (el sombrero).
Dos detalles importantes: Castillo no se define a sí mismo, con insistencia, como ‘indio’ o ‘cholo’, ni siquiera como ‘mestizo’. Tampoco sabe quechua, pues este no se habla en su tierra chotana. Pero portar el sombrero le ahorra esas autodefiniciones raciales, que son complicadas para cualquiera, a menos que se hagan con el cinismo de Alejandro Toledo. El otro detalle clave es que se reivindica rondero y eso lo pone, junto con su catolicismo, en una tradición conservadora ajena al marxismo. Las diferencias con las formaciones y los orígenes de Bellido, Vladimir Cerrón (formado en la doctrina marxista en Cuba y en Huancayo), Guillermo Bermejo e Iber Maraví, son notorias.
El castillismo es una obra en construcción y estamos tomando los desvíos. No sabemos si acabará de construirse con la ayuda de Mirtha Vásquez (otra cajamarquina, por cierto) y con el revoltijo de izquierdas a su alrededor (desde el Nuevo Perú hasta los maestros radicales del Fenate), pero estamos obligados a tomar en cuenta y a estudiar esos rasgos de identidad y pensamiento que, solo provisional y abusivamente, llamaremos castillistas.
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