A Kuczynski se los agarró una tía achorada en el 2011. “PPK tiene esquina” fue el mensaje dactilar de sus publicistas. En el 2016 a Acuña se los tiran en Huanta. Su gente le pasa papel higiénico para que se limpie la camisa. El candidato, sin pensarlo dos veces, acusa al Apra de autoría mediata en los huevazos.
Valga la anécdota para establecer que en esta campaña somos menos ingenuos, más embroncados y más sospechosos contra todo candidato. Así, lo que en el 2011 pudo pasar un detalle de frescura, hoy es arma de doble filo. La gente quiere encandilarse con alguien y a la vez tiene miedo de empezar un romance que pueda acabar mal. De ahí la dificultad que tiene Julio Guzmán en prender.
Todos los candidatos están sometidos a los escrutinios de la sospecha: quién y cuánto aportó por ti, cuánto le pagas a tus estrategas, muéstrame los antecedentes de tu entorno, no te contradigas ni en un solo ítem con tu plan de gobierno. Sin embargo, ello no nos libra de cometer equívocos, de pecar de tontos o de injustos.
Creo que los mayores yerros los provoca César Acuña. Estamos ante un ‘insider’, porque ya ha hecho carrera en el sistema político regional y municipal, y ya aspiró al poder central con listas congresales. O sea, Acuña no es un ‘outsider’, pero sí un personaje disruptivo, porque con su plata se ha erigido en la universidad, en la estrategia, en la excepción y en la norma. Hasta se puede pagar el lujo de la transparencia: ha publicado una lista de gastos que hace palidecer a los otros de cólera y de envidia. Ha dicho que ha ganado todo en la vida pero que le falta ser presidente del Perú.
El candidato de los informales se formaliza sin problema. Donde no hay aportante con DNI, está él mismo o sus hijos aportando sus fortunas personales. Ha introducido una presión inflacionaria en la campaña que provoca que el JNE se haga de la vista gorda ante muchas inequidades que, irónicamente, las ha sufrido la propia Alianza para el Progreso cuando ha ido a contratar con algunos canales de TV.
Keiko, entrevistada al paso en un noticiero, dijo algo que bien podían suscribir los otros 17 candidatos: que “el señor Acuña está en su derecho de gastar lo que quiera”, pero que el dispendio “puede ser contraproducente”. ¿Contraproducente para ella que tendrá que gastar más de lo previsto? ¿O para su rival, en el entendido de que entrará en una farra imparable?
Acuña no es el puntero de la intención de voto pero sí es el principal anfitrión de la fiesta. Nos hace bailar el ‘totó’, nos hace cantar a la raza distinta a la que pertenecemos cada uno por separado. A formales e informales nos mece y nos embriaga con sus jales de todo lado, con la liberal de izquierda Anel, la nacionalista pacata Marisol Espinoza, el ‘Chorri’ y el atávico pastor Rosas. Hay una comunión plural, una armonía de Perú profundo; que mantiene viva la ilusión de su pase a la segunda vuelta.
Pero el candidato anfitrión nos está enrostrando la billetera en nuestra cara. Eso se ve feo. Hace sentir que puede comprarlo todo: las estrategias, los cálculos, las loas, los votos, las almas, las risas. Tiene tanto en su ‘stock’ de campaña que hace pensar que algunos ítems y personas no los ha comprado para usarlos él sino para que no los use nadie más. Está enseñando, repito, la billetera. Y eso puede acabar con la fiesta, o empezar otra de pronóstico reservado. Billetera mata galán, mata anfitrión, mata ilusiones y puede matar candidato.