Bricheros, por Carlos Meléndez
Bricheros, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

Dícese del brichero(a) a aquella persona que busca entablar relaciones sentimentales con extranjeros –generalmente gringos– con el fin de cruzar el puente (‘bridge’) que separa el aislamiento cotidiano pueblerino del mundo fuera de las fronteras conocidas. Un brichero es un ‘andean lover’ dispuesto a involucrarse con la gringa (o gringo) que dé mayores garantías de un futuro mejor. Llevando la metáfora a la política, esta segunda vuelta convierte a gran parte del antifujimorismo en un potencial electorado brichero, listo para ‘enamorarse’ del gringo Pedro Pablo Kuczynski (PPK) con tal de evadir la crudeza fujimorista. La tragedia romántica surge cuando el galán forastero no está en capacidad de cumplir con ese rol de puente promisorio.

El antifujimorismo no es un electorado homogéneo. Existen diversos tipos de antifujimoristas. Usted, querido lector de El Comercio, quizás solo conozca a la estirpe ‘caviar’, para quien el fujimorismo representa “un régimen corrupto y dictatorial”, “violador sistemático de derechos humanos”. En este sentido, Vargas Llosa sería el antifujimorista perfecto. Pero, por ejemplo, en el remoto Perú profundo de la montaña cajamarquina –precisamente donde se cultiva el café que usted consume en San Isidro– se encuentra otra especie antifujimorista, campesina y rondera. Para el antifujimorista de ojotas, una victoria de Keiko Fujimori representaría la legitimación del ‘establishment’ minero local que trastocó la apacible campiña cajacha en el desarrollo achorado que ha agudizado la desigualdad.

Sean falaces o no las justificaciones del antifujimorismo, llamo la atención sobre su multiplicidad tipológica: al institucionalista y al ronderil (reseñados arriba), se suman otras variantes como el antifujimorista ideologizado (para quien el fujimorismo es sinónimo de neoliberalismo) o el provinciano (para quien el fujimorismo es sinónimo de centralismo limeño), todos unidos por la amenaza que les despierta un posible gobierno de Keiko Fujimori. ¿Es este miedo suficiente aglutinador para impedir el triunfo de Fuerza Popular? ¿O se requiere mayor “agencia” de parte del contrincante de turno? Tiendo a insistir en lo segundo.

En la primera vuelta, PPK y César Acuña fueron los candidatos más “fujimoristas” (el primero por la defensa del ‘establishment’; el segundo por populista). Paradójicamente, hoy aliados para vencer a Fuerza Popular, se esfuerzan en distinguirse de Keiko Fujimori. Ello no basta si no se tienden los puentes entre los diversos antifujimorismos. Esta tarea es elemental para asegurar mínimos niveles de gobernabilidad, sobre todo cuando se tiene una minoría parlamentaria, se carece de partido político y no se sale simbólicamente de San Isidro (ni siquiera para pedir perdón a un líder amazónico).

El antifujimorismo es una identidad menor en comparación con el fujimorismo. Mientras que el primero es brichero, amante del mal menor y se mueve por el hígado, el segundo tiene lideresa y es militante de “mente y corazón” (de hecho veremos su capacidad de resistencia a escándalos mediáticos como el de Joaquín Ramírez). Debido a esta diferencia es que se inventa a PPK como líder de masas. Pero ello requiere una comprensión cabal del país, de los conflictos históricos y sociales que se expresan en el rechazo al fujimorismo y que no se agotan en el sambenito de los noventa. ¿Comprenderá PPK la real magnitud del reclamo que le hace la mitad del país?