"El resultado depende de la simpatía y las promesas de los que se presentan, y no de la solidez de sus argumentos y de su capacidad de lograr lo prometido". (Foto: archivo El Comercio)
"El resultado depende de la simpatía y las promesas de los que se presentan, y no de la solidez de sus argumentos y de su capacidad de lograr lo prometido". (Foto: archivo El Comercio)
Rolando Arellano C.

Para una empresa es más importante tener buenos clientes que buenos productos. Lo mismo ocurre a nivel de países, donde más importante que tener buenos candidatos es tener buenos electores. Veamos.

Ciertamente, una empresa debe cuidar tener buenos productos, pero si sus clientes no son capaces de darse cuenta de su calidad, de poco le servirá tener la mejor oferta del mercado. Los gerentes saben que un cliente que no sabe elegir se entusiasma con las promesas de cada nuevo proveedor y termina siempre buscando solo el precio más barato.

De la misma manera, la fuerza de las buenas democracias no está en tener buenos candidatos, sino sobre todo electores capaces de separar el trigo de la paja. Capaces de reconocer al candidato preparado y con planes serios, y elegirlo en vez del populista o improvisado, que ofrece sin tener posibilidad de cumplir.

Desafortunadamente, en el y en muchos países latinoamericanos, el énfasis electoral se ha puesto siempre en el producto, los candidatos, y no en los electores. Con ello, en cada elección se juegan los destinos del país, pues el resultado depende de la simpatía y las promesas de los que se presentan, y no de la solidez de sus argumentos y de su capacidad de lograr lo prometido.

¿Qué necesitamos entonces para tener mejores autoridades? Necesitamos que, así como le ponemos énfasis a apoyar o defender a nuestros candidatos, pongamos mucho más esfuerzo en educar a nuestros conciudadanos sobre la importancia de su voto y la manera de ejercerlo adecuadamente. De buscar que puedan reconocer a los candidatos sin ideas o sin formación, a los que no tienen equipo para ejecutar lo que ofrecen, a los xenófobos y otros que se buscan un enemigo débil para congraciarse con las muchedumbres, a los populistas y proteccionistas que dan regalos y prometen crecimiento sin sacrificio, y a los extremistas de izquierdas o derechas. Y que, por esa misma capacidad, puedan reconocer las ofertas serias que los ayudarán a crecer, o que al menos no hagan retroceder el bienestar que ya han logrado sus familias.

Trabajar en tener mejores electores trae además dos inmensas ventajas. Una es que con el mismo razonamiento no solamente elegirán mejor al presidente de la República, sino también a los gobernadores regionales, autoridades municipales y congresistas. La otra, incluso más importante, es que, pasada la elección, los buenos electores serán los principales vigilantes de que sus elegidos cumplan con aquello por lo que votaron, y los apoyarán para lograrlo. Lo que constituye el sentido más profundo de la democracia.

Piénselo bien, señor lector, ¿qué es mejor: tener buenos productos o tener buenos clientes? Empecemos a educar esta semana.