Los cuentos de hadas gustan y gustaron porque a pesar de los sinsabores que parecen irremediables, los buenos ganan siempre, es un final feliz. Desafortunadamente, en la vida real las cosas son a la inversa, los malos tienen fuerza, poder, se imponen y combatirlos puede resultar desalentador o terminar simplemente en la indiferencia, la enfermedad más nociva de este siglo XXI y del anterior.
Por eso cuando encontramos personas sanas, bondadosas, que no desmayan a pesar de la adversidad, solo queda celebrarlos y admirarlos. Tal es el caso del señor Edgar Gutiérrez, de pocos recursos pero rico en bondad. Escribió a la radio donde trabajo para solicitarme apoyo a fin de conseguir una silla neurológica para Celeste, su hija de 5 años con microcefalia. No le pudimos dar asistencia rápidamente, pero él no se desanimó.
Pasados diez días me buscó en la emisora. Le ofrecí mil disculpas por la demora, subió a los estudios y contó su historia a pesar de la habitual tiranía del tiempo. Dijo que, por su enfermedad, Celeste no lloraba y adicionalmente a su tremendo mal se le había roto la pierna al saltar en su cama porque tiene osteoporosis. Añadió que había vendido su casa para atender a su hija, pero para la silla no tenía recursos
Eso fue un viernes, lo escuchamos y se nos arrugó el corazón. Afortunadamente también hay oyentes (y lectores) bondadosos. El lunes Edgar llamó para contarnos que –fue una sorpresa para él– le habían depositado en su cuenta. Su alegría era superlativa y la nuestra también. Trajo a Celeste a la radio en la silla neurológica todavía con la cobertura de plástico en algunas partes. El señor Gutiérrez contó que llevaba buenos años enseñando valores a los niños y jóvenes de una escuela en Bayóvar, San Juan de Lurigancho, la cuna del pandillaje y la delincuencia, barrio del temible ‘Loco Darwin’.
Dijo que había compartido con ellos lo poco que quedó luego de adquirir la silla para Celeste. “¿Qué les compró?”, pregunté con curiosidad. La respuesta fue: “Alimentos”. Me sentí avergonzada. “Es lo que más necesitan, son muy pobres” añadió el señor Gutiérrez. Llamó un gentil congresista que quería apoyarlo, Edgar le agradeció, diciéndole que no requería de más. Pero le sugirió que ayudara a una joven de Bayóvar –a quien conocía de niña– que también enseña ahí.
Si el Ministerio de Educación y el promocionado Qali Warma abrieran los ojos verían que en Edgar tienen un líder en una zona de extrema pobreza. Mejorarían la escuela, brindarían alimentación y en algo se podría prevenir el pandillaje juvenil. El lector colegirá si la indiferencia (la burocrática es la más mortífera) está con los buenos o con los malos.
Hay otros seres bondadosos, como mi amigo Carlos González –ya van dos años de su muerte– que impulsó y transformó la región San Martín, permitiendo que hoy Tarapoto sea el tercer destino turístico del país. Todo a punta de pasión y querencia por la gente amazónica y sus bellezas naturales. Otro bueno ecológico es su amigo Juan de Dios, que cuida el bosque tropical estacionalmente seco como si fuera su hijo.
Y así la vida es mejor, mucho mejor, esperanzadora. De los malos mejor ni ocuparse, los vemos todos los días. Nos obligan casi al desaliento. Esperemos que, como en los cuentos de hadas, siempre ganen los buenos.