La primera vez que leí la noticia se me escarapeló el cuerpo. En Alemania acababa de instalarse un ‘babybox’ en la vía pública. Es decir, un buzón perfectamente acondicionado, con la temperatura apropiada y muy limpio para que aquellas madres que no quisieran criar a sus bebes pudieran dejarlos en un lugar seguro para que el Estado se hiciera cargo de ellos. Por supuesto, ni bien aparecieron los famosos buzones de niños generaron gran polémica; sin embargo, ya existen desde hace varios años en países como Japón, Estados Unidos, Austria, Polonia, República Checa, Bélgica, Suiza y algunos más. El objetivo de esta medida es ofrecerle a la madre que normalmente está en una situación de angustia, a veces de depresión severa, la posibilidad de entregar a su hijo, en perfecto anonimato, sin darle explicaciones a nadie, pero hacerlo de manera segura, y así evitar que los bebes mueran por el frío, el hambre y la deshidratación.
Crudo. Sí, pero real. La semana pasada mientras manejaba escuché una noticia que ya nos es familiar: una madre había dejado a su bebe recién nacida abandonada en una calle de Magdalena del Mar. La mujer de 21 años, según las cámaras de seguridad, la había colocado en el suelo, bien abrigada, envuelta en unas mantas. La niña estaba limpia y bien cuidada. Cuando escuché la noticia no podía dejar de imaginarme la desesperación de alguien que se siente tan incapaz de criar a su propio hijo que de pronto lo deja a mitad del camino. Mientras el reportero explicaba que una señora de serenazgo le había dado de lactar, que los vecinos la habían recogido, no podía dejar de pensar que esa bebe, a pesar de todo, había nacido con estrella. Que gracias a eso no había muerto de frío.
Sin embargo, lo más impresionante de la conmovedora noticia llegó cuando le tocó al comandante Wilmer Torres, jefe de la comisaría de Magdalena, referirse al caso: con voz calmada y empática le pidió a la madre que recapacitara. Que estaba seguro de que pasaba por un momento difícil pero que ellos la iban a ayudar. Le rogó que volviera por su hijita, porque nadie la iba a juzgar. De pronto me quedé helada frente al timón. Ahí estaba la clave: el policía había tenido la sensibilidad para entender que una madre que deja a un hijo recién nacido en la calle no necesariamente es una desalmada. No es una desnaturalizada que prefiere seguírsela pasando chévere en lugar de ocuparse de un niño.
Acá, como en Europa, Estados Unidos o Japón, los abandonos de bebes recién nacidos suelen darse porque la madre es muy joven, está sola, se siente desesperada y no tiene la menor idea de qué hacer. En nuestro país, donde el embarazo adolescente es altísimo, prácticamente no existe una forma fácil de dejar a tu niño en manos del Estado para que lo cuiden, o para que lo den en adopción. Los papeleos, la burocracia y la falta de espacio en los albergues casi siempre hacen el proceso increíblemente difícil.
Pero lo más duro es que en nuestro país tampoco hay ‘babyboxes’, ni se acepta ningún tipo de aborto, ni se permite que el Estado entregue la píldora del día siguiente. En nuestro país solo hay mujeres solas, que a veces no saben qué hacer con sus bebes recién nacidos y solo atinan a envolverlos en una manta y dejarlos al borde del camino. Solo hay mujeres a las que tildarán de desalmadas mientras se alejan sin mirar atrás esperando que a sus bebes alguien los vea, alguien los escuche.