Como ya se hace costumbre en el ambiente político peruano, se vuelve a debatir la pertinencia de retornar al bicameralismo parlamentario. La presidenta del Legislativo ha manifestado que “se puede discutir un pequeño Senado”. Políticos y constitucionalistas han reaccionado esgrimiendo manidos argumentos a favor (mayor reflexión y mayor representatividad) y en contra (la inutilidad del aumento en el número de parlamentarios) del diseño bicameral. Ante las circunstancias, lamento la insistencia en señalar la inocuidad de este falso dilema.
La premura irreflexiva con la que nos trepamos a este falaz debate nos lleva a pasar por alto un paso previo, elemental y decisivo: el diseño de distritos electorales para la elección de los legisladores. La poca creatividad nos ha llevado a replicar a nivel electoral la división de departamentos/regiones, cuando no es obligación constreñir la geografía de la representación legislativa a los históricos límites políticos. Instituciones como la Iglesia Católica y el Ejército Peruano han construido su propia distribución espacial sobre el territorio. El Congreso podría hacer lo suyo.
No se trataría de un ‘gerrymandering’ originado en las mentes brillantes de reformólogos, sino de una sencilla constatación de la dinámica del país. Es decir, transformar los clústeres económicos y sociales en unidades de representación política, sobrepasando incluso las fronteras departamentales cuando sea necesario. Como lo he sostenido con anterioridad, la intención es obtener dos tipos de jurisdicciones: microdistritos sobre clústeres para elegir a uno o dos congresistas (uninominales o binominales, respectivamente) y macro-distritos sobre la agregación de varios clústeres, también para uno o dos parlamentarios. Eventualmente, los primeros podrían ser la base para una Cámara de Diputados y los segundos para un Senado, pero bien podrían compartir un mismo hemiciclo. La fe ciega en la bicameralidad inhibe el debate de lo fundamental: el distritaje. Con (nuevos) distritos más pequeños, además, se atenúa el efecto de las listas preferenciales y es más factible la paridad de género.
Enfatizo la necesidad de incorporar la variable territorial al diseño institucional, especialmente luego de tantas alertas globales. Las decisiones electorales en Reino Unido (‘brexit’), Estados Unidos (Trump) y Colombia (plebiscito por la paz) no se pueden entender sin los clivajes que han dividido estos países en las lógicas urbano/rural y centro/periferia. Si continuamos con normas electorales anquilosadas, se incrementará el riesgo de que el déficit de representación se desborde. (¿Se ha planteado cómo reaccionarán los cajamarquinos que votaron abrumadoramente por Gregorio Santos y Democracia Directa ahora que tienen “representantes” de otras filas políticas?).
Incrementar el número de congresistas –y colocarlos en dos cámaras– aumentará proporcionalmente la crisis de representación, si es que no se redibujan los distritos electorales. La ecuación “más congresistas=mejor representación” solo producirá ratios espurios si no pasamos de la aritmética a la geometría. De otro modo, el Congreso –con una o dos cámaras– seguirá asfixiando las demandas por representación de un país que ha cambiado tanto pero que la soberbia y centralista mirada limeña se niega a reconocer.