La pandemia nos obliga a reaprender el pacto social. Miren sino a Estados Unidos, que le sobran vacunas, pero tiene más de un cuarto de su población adulta rechazando la inmunización y enervando los contagios. En defensa de su mitificado liberalismo, dejan que el 25% haga lo que le dé la gana sin importar cuántos se contagien y mueran por su indolencia. Ya se les permite comprar armas sin importar muertos y heridos, pero esta es una tolerancia más letal.
Recientemente, Joe Biden ha anunciado que se obligará a los trabajadores federales (del gobierno central) a vacunarse y también a los de empresas privadas con más de 100 empleados. Estos tendrán la alternativa de hacerse pruebas semanales si no se inmunizan. Vamos, estas medidas suenan tímidas ante la sobreabundancia de vacunas. Emmanuel Macron, el presidente francés, fue más agresivo al anunciar regulaciones no solo aplicadas por los empleadores, sino a la vida social de los no vacunados. “Esta vez ustedes se quedan en casa, no nosotros” fue la frase que quedó (en realidad, la dijo una periodista italiana. Muchos se la atribuyeron a Macron por error, pero no me la pierdo, porque resume muy bien lo que quiero decir).
En el Perú, aún no llegamos a cubrir a todo el espectro como para pensar en restricciones a los no vacunados. Pero llegaremos a ese punto y nuestro modelo no puede ser EE.UU., ni siquiera Francia, sino sociedades asiáticas con más restricciones y vigilancia digital hacia los no vacunados. Tenemos tanto dolor y muertos que nos será más fácil que a otros entender el nuevo pacto social que obliga, por el bien común, a vacunarse hasta al más rebelde y prejuiciado. Si no te vacunas, te haremos la vida imposible. No es justo que arriesgues la vida ajena. Así de simple.
Otra circunstancia, ajena a la pandemia, nos obliga a reaprender el pacto social: la muerte de Abimael Guzmán. Los cadáveres se entregan a sus familiares y los entierran donde quieran. Esa es la norma. Pero no este cadáver, pues. La sociedad tiene que protegerse de lo que significaría, como apología y exaltación de los crímenes de Sendero Luminoso, tener un símbolo geolocalizado del terror. Por lo tanto, que se le incinere y no se sepa dónde desaparecieron sus cenizas.
Un amplio consenso, con la sola excepción de una minoría simpatizante del Movadef y de la memoria de Guzmán, ha entendido claramente el nuevo pacto. Hemos pasado por tantas cosas durante la pandemia que no hay mucho que discutir sobre esos restos. Pronto sabremos que no sabremos donde están. Y así será mejor. Y nuevos dilemas, algunos traídos a la palestra por la inconsistencia de Pedro Castillo, nos harán replantear el pacto social y democrático. Preparémonos.
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