¿El campesino huye del campo? Sí y no. Hace cien años la mayoría de peruanos éramos agricultores; hoy, apenas uno de cada cinco. Un éxodo masivo y permanente, que el sociólogo José Matos Mar bautizó como un “desborde popular”, redibujó el mapa del país, creando las ciudades donde hoy vive y trabaja una mayoría de la población. No obstante, los censos nos informan que cada día hay más agricultores. A pesar del auge de una economía no-agrícola, el número de agricultores ha crecido 30% en apenas dos décadas. Desde la caída de los incas, nunca hemos tenido tantos peruanos dedicados al cultivo. La explicación sería la aparición de una nueva ocupación, el agricultor ‘part-time’.
Estrictamente, no es una innovación. La práctica es antigua, por la estacionalidad de la agricultura y necesidad de sobrevivencia. La novedad es el volumen. La migración temporal se ha multiplicado en años recientes. Más de un millón de agricultores hoy salen temporalmente de sus chacras, casi tres veces el número registrado por el censo de 1994. La migración adicional representa una liberación de capacidad productiva que, como la energía de las lagunas aisladas en la sierra, estuvo embotellada improductivamente en estancos rurales. Su liberación ha constituido un oportuno bono laboral para la economía nacional, contribuyendo a la expansión de nuevas tierras agrícolas, al ‘boom’ de la economía no agrícola, y a la reducción de la pobreza rural.
¿A qué se debe esa liberación? El impulso de la necesidad no ha aumentado repentinamente. A pesar de la repartición que producen las herencias, el tamaño promedio de los predios ha aumentado y los rendimientos por hectárea han mejorado en la mayoría de los cultivos tradicionales. Sembrando papa, por ejemplo, el campesino cosecha hoy el doble de lo que cosechaban sus padres. Más que a la presión de una mayor necesidad, el salto en la migración temporal sería efecto de la mayor oportunidad, creada por una marcada reducción en las barreras de costo y tiempo para el movimiento de las personas, incluyendo la coordinación que permiten los celulares y el Internet.
Un caso ilustrativo es el distrito de Huayllay Grande en la región Huancavelica, que en el 2006 fue calificado como el más pobre del Perú. La extrema pobreza no era nueva: desde muchos años antes ese distrito rural registraba los niveles más bajos de expectativa de vida y de logro educativo en el país. A pesar de la extrema necesidad, solo 24% de los campesinos del distrito emigraron temporalmente en 1994. En el 2012, la proporción de emigrantes se elevó hasta 91%. Un salto similar se ha producido en múltiples distritos del interior. En el distrito ancashino de Cajamarquilla, por ejemplo, la proporción pasó de 3% a 82%, en Vilque ubicado en Puno, de 11% a 88%, en Huaripampa de la provincia de Jauja de 11% a 84%. Así, liberando la mano de obra de cientos de pequeños reservorios en todo el interior se ha producido una ola de capacidad laboral.
¿El efecto ha sido un desempleo masivo? ¿Un desplome de los salarios? Todo lo contrario. El jornal se ha elevado en casi todos los distritos. El migrante temporal mejora su presupuesto familiar, pero sin soltar la seguridad que le significa su pequeña propiedad.