"Más allá del prejuicio, poco se sabe de la recepción del chileno promedio a la inmigración peruana". (Foto: Archivo El Comercio
"Más allá del prejuicio, poco se sabe de la recepción del chileno promedio a la inmigración peruana". (Foto: Archivo El Comercio
Carlos Meléndez

Los peruanos en Chile somos la comunidad inmigrante más grande. De un total de 480.000 extranjeros residentes en el país sureño, alrededor de 200.000 somos peruanos. (Otras comunidades importantes por su número son: bolivianos, colombianos, argentinos; in crescendo venezolanos y haitianos). La última ola migratoria peruana hacia Chile se inició a mediados de la década de 1990, asentándose primordialmente en Santiago. Mayoritariamente son norteños (poco más de la mitad proviene de Trujillo y Chimbote), jóvenes (30 años de edad en promedio), con educación secundaria completa y sobrecalificados en sus empleos. Considerando el tamaño poblacional y la concentración de nuestra inmigración en su capital, Chile debe ser el país más ‘peruanizado’.

Más allá del prejuicio, poco se sabe de la recepción del chileno promedio a la inmigración peruana. Para llenar ese vacío, el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) realizó un estudio de opinión a 3.000 chilenos consultando sus reacciones y comportamientos frente a la inmigración peruana. Hace pocos días se presentaron los resultados de la primera de una serie de diez encuestas anuales que abordarán este tema. La hipótesis principal del estudio es que a mayor contacto con la comunidad inmigrante, mejorarán las actitudes y los sentimientos hacia ella. Una primera lectura de los datos apoya la teoría: conforme aumenta la interacción entre los encuestados chilenos y peruanos inmigrantes, se incrementan “los sentimientos de agrado, comodidad y confianza” hacia los últimos. Empero, ello no elimina los sentimientos de rechazo: un 40% de chilenos cree que “con la llegada de tantos peruanos, Chile está perdiendo su identidad” (amenaza simbólica) y un 57% opina que esta inmigración “aumenta el desempleo” (amenaza realista). Entre los chilenos con niveles de educación primaria las proporciones de estas amenazas crecen (60,3% y 70,5%, respectivamente).

Las interacciones sociales, precisamente, no son todas horizontales. Suelen reproducir relaciones sociales de exclusión y poder jerárquicas, clasistas, racistas, entre otras. Los sentimientos “positivos” pueden convivir con prácticas de subordinación y discriminación. Es posible sentir “agrado, comodidad y confianza” con una “nana” o un “vendedor ambulante” con quien se interactúa frecuentemente (en casa o a la salida del metro), pero ello no implica necesariamente un trato horizontal. La proclividad a discriminar se infiltra voluntaria o involuntariamente en nuestro comportamiento, por más que seamos progresistas o, incluso, científicos sociales. Por ejemplo, en la elaboración del mentado estudio o en su presentación, ninguno de los autores (trece) y comentaristas (tres) es peruano. Curiosamente, queda sin una convincente explicación qué significa ese 57% de chilenos que califica de “amenazado, antiinmigrante y sin contacto con peruanos”. En suma, el peruano es el “otro”.

“Santiago es la ciudad con más restaurantes peruanos en el mundo, luego de Lima” es el ‘motto’ chileno de bienvenida a los peruanos. Estados Unidos debe ser el primer consumidor de tacos en el mundo (luego de México) y ello no importa como evidencia sobre el trato discriminador y racista de los estadounidenses. ¿Acaso somos los peruanos los ‘frijoleros’ del sur?