(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Rolando Arellano C.

Más allá de la cuestión ética del muy discutible comportamiento del congresista Moisés Mamani con sus grabaciones, resulta importante ver que en este evento se observa un muy desfasado prejuicio racial. Veamos.

Como se vio, Mamani resultó “haciendo cholitos” a las autoridades a las que grabó, contrariamente a lo esperado, pues supuestamente el tonto cholito, de allí la frase, resultó ser el “más vivo”. Si fuera un caso aislado, quedaría solo como anécdota, pero como la subestimación de nuestra raza sucede aún mucho en nuestra sociedad, genera efectos nocivos para todos.

¿Por qué cayeron en la trampa de Mamani? Primero, por no entender que la raza, la manera de hablar o incluso el nivel de educación no tienen relación con la inteligencia. Por el contrario, más bien llegar a una curul con tantos factores en contra debería hacer pensar en habilidades mayores que las de cualquier político limeño. Recordemos que, hace poco tiempo, un congresista trataba de “hijas” a sus colegas autóctonas, sin que nadie lo sintiera desatinado.

Segundo, por no ver que el Perú cambió mucho desde la Colonia, donde la raza era un estatus oficial, y mucho más en los últimos 30 años, donde las distancias sociales se han acortado y el poder político y el dinero no son predio de un pequeño grupo. Hoy el Perú es mestizo y multicultural, aspecto que quienes se quejaron del “bajo nivel cultural” de la ex congresista Hilaria Supa para integrar la Comisión de Cultura no parecían tomar en cuenta.

¿Es este un comportamiento solo de políticos? Desgraciadamente no, pues se da en la vida diaria y también en las empresas. Lo vemos en personas tradicionales generalmente mayores, que aún usan “serrano” como insulto o se creen superiores a personas muchas veces solo ligeramente más mestizas que ellas. Felizmente, sus manifestaciones abiertas hoy son tan pocas, que hasta salen en las noticias cuando se producen.

Y lo vemos también con frecuencia en empresas donde los gerentes siguen confundiendo capacidad y deseo de compra con raza o clase social tradicional. En aquellas que creen que sus productos pierden estatus si se venden al peruano promedio, que es la mayoría de su mercado potencial. En las que estimulan el racismo permitiendo, y a veces exigiendo, a sus publicistas, hacer comerciales donde sus clientes son siempre blancos lejanos al peruano promedio. En las que aún dejan que sus vendedores escojan a qué cliente atender primero en función de su aspecto racial y las que reclutan personal “de buena presencia”, muy lejano a su cliente usual.

¿Un aprendizaje del Caso Mamani? Sí, que caer en la trampa del racismo es muy peligroso para todos.