La apatía y la decepción con la política son características notorias en la sociedad peruana. La informalidad (en sus dimensiones laboral, económica y legal) ha penetrado la sociedad de tal modo que ha roto cualquier posibilidad de ilusión entre los proyectos individuales y los sueños colectivos. El individualismo se expande en su peor versión: la “promesa neoliberal” también aplicó para el “narco de a pie”. Sin embargo, en medio de ese páramo de desmovilización, emergen iniciativas que buscan impulsar reivindicaciones ciudadanas que podrían escaparse al simplismo clasista que caracterizó la política contenciosa del siglo XX. No voy a exagerar al denominarlas una “ola republicana”, pero sí mencionar algunos ejemplos que ameritan un análisis.
Veamos: mujeres presionan al Legislativo a despenalizar el aborto en casos de violación, homosexuales exigen unión civil como contrato que consagre sus derechos a formar una familia, estudiantes universitarios de Arquitectura y afines salen a las calles a exigir planificación urbana para evitar mayor caos metropolitano. No se trata de masivos movimientos sociales, sino de redes de activistas dispuestos convertir sus ‘issues’ en políticas públicas. Aunque ninguno (todavía) haya alcanzado sus objetivos (lo que veo difícil en el corto plazo), han posicionado en el debate público sus reivindicaciones a pesar de la gran oposición que aún encuentran.
De hecho, diría, que somos testigos de un choque de valores: los pro-elección versus los pro-vida; los liberales versus los conservadores; los institucionalistas versus los “roba pero hace obra”. Los primeros en estos días son minoría, prácticamente saliendo de la marginalidad; los segundos están enraizados, tanto entre la plebe como entre las élites. Son, entonces, pugnas desiguales que se escapan al corsé clasista; son pugnas posmateriales en un país del siglo pasado. ¿Cómo nivelar un poco la balanza a favor de quienes retan el ‘“establishment de los valores” de una sociedad cínica, conformista y encarcelada entre sus propios fantasmas coloniales?
En primer lugar, los activistas liberales –intuyo– tienen una interpretación parcial de la sociedad. El nivel de ingreso y los cambios generacionales no se comportan como manda la teoría anglosajona en estas hermosas tierras del sol. Los grupos más jóvenes pueden ser más liberales en términos de unión civil, pero son significativamente más conservadores respecto al aborto. (Parece que la cultura parroquial de barrio ha hecho lo suyo al respecto). El nivel de ingreso es más importante, en cambio, para los temas relacionados con los derechos de las mujeres que para el reconocimiento civil de la homosexualidad. Sin embargo, las élites económicas suelen ser más arbitrarias y más fieles al “tú no sabes con quién estás hablando”, así que por lo tanto menos institucionalistas.
El desafío para los activistas, por lo tanto, reside en empatar sus discursos posmateriales con una realidad informal y subdesarrollada. Finalmente, el común denominador de la marginalidad (económica, social y política) contribuye a enfrentar no solo el “establishment de la economía”, sino también el de los valores. Quizás no haya un espacio para un ‘outsider’ económico, pero paulatinamente se va abriendo margen uno de tipo “valórico”. De otro modo, son los políticos tradicionales como Alan García y Pedro Pablo Kuczynski quienes terminan capitalizando estos “nuevos issues”, según reflejan las encuestas.