Enrique Planas

Sí, lo sé. Todos escriben de en estos días. Y, bien mirado, esa incontinencia verbal que dispara el personaje de Spielberg poco está ayudando a que la gente vaya al a ver la película. Así que no hablaré de nostalgias ni de las veces que fui con mi padre o con mis hijos a verla. Ni tampoco de cómo los primeros arpegios de la banda sonora de Williams me devuelven a mi infancia. Aunque salga del cine con una sonrisa de oreja a oreja, recordando al primer Indiana Jones, héroe eternamente joven, y a la vez aceptando la vejez del último, firmando su retiro, muy digno en su vejez.

De repente, la mejor forma de homenajear a este arqueólogo crepuscular sea recordando la canción de los inoxidables Hombres G y empezar a verle defectos, argumentando por qué me resulta insoportable su barbita de cuatro días. Lo cierto es que sus persecuciones, latigazos y peleas, su permanente desolación, su invulnerabilidad producto de la suerte, nos saben a película ya vista.

El primer Indiana Jones intentó renovar el viejo género de aventuras. Spielberg ha confesado que para el personaje se inspiró en James Bond, aunque se notan claramente otros referentes, como el de Humphrey Bogart en “El tesoro de la Sierra Madre” con el mismo sombrero polvoriento, incluso. Lo suyo es un homenaje a las películas de los años 50, las seriales de matiné, la ciencia ficción barata, las películas de nazis y las exploraciones colonialistas. Toma diversos elementos y los combina de manera que el resultado parece una creación original. De eso trataba su maravilloso pastiche.

Lo curioso es que este Indiana Jones dialoga consigo mismo. Es un homenaje de homenajes. Un pastiche de otro pastiche. Y allí encuentra su límite, su repetición. Es una cinta nostálgica de sí misma. Te encanta, te la pasas muy bien, pero te queda la sensación de que James Mangold, digno sucesor de Spielberg, siempre pisa terreno seguro, intentando nunca decepcionar. Aplica todas las referencias y detalles claves, sabiendo que eso es lo que queremos. Los cineastas que a finales de los años 70 reinventaron el cine con “Tiburón”, “La guerra de las Galaxias”, “ET” o “En busca del arca perdida” se lanzaban a la piscina cerrando los ojos, como una prueba de fe. En nuestro tiempo, la espectacularidad es previsible, lo que demuestra nuestra dependencia de la fórmula.

Y, sin embargo, cuánto necesitamos de la aventura y de la épica del doctor Jones. Quién sabe si, a falta de tecnología que pueda rejuvenecernos, es nuestra vida la que tiene un guion demasiado previsible.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Enrique Planas es periodista y escritor

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