Cipriani en el Coliseo Romano, por Fernando Vivas
Cipriani en el Coliseo Romano, por Fernando Vivas
Fernando Vivas

Soy enemigo de las ‘democracias plebiscitarias’. Es un fenómeno muy latino, encabezado por Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina. El gobierno, cuando siente que tiene la emoción de las masas consigo, organiza referendos y se deshace, por ejemplo, de las trabas constitucionales para reelegirse, o disuelve poderes, o se aparta de tratados o crea regímenes de excepción. O sea, la ‘democracia plebiscitaria’ es el nuevo truco con el que el poder manipula a la gente para hacer tabla rasa de las instituciones hechas especialmente para protegernos de sus excesos. Es la tragicomedia de América.

Pues resulta que, por razones confesionales, el cardenal votación. O sea, que el Estado deje librada a la hinchada de ambos bandos lo que la prudencia aconseja –y manda, según la – que sea decidido por técnicos y legisladores. Pienso en los primeros cristianos de Roma. Su suerte era echada a los leones previo referéndum de las emociones. Una vez medida la fuerza del abucheo a favor con el abucheo en contra, Nerón subía o bajaba el dedo. Me dirán que caricaturizo un mecanismo por el que pasamos cada cinco años en el ámbito nacional y cuatro años en el ámbito municipal. ¡Pero esa es la excepción de excepciones! ¡Ese es el quid de la democracia! Elegimos por una vez y por buen tiempo a quienes decidirán sobre todo lo demás. El debate y los mecanismos de participación no vinculantes (asambleas, consultas populares, audiencias) son bienvenidos, pero no reemplazan la decisión técnica.

El artículo 32 de la Constitución establece la viabilidad de referendos, pero, sabiamente, dice que no pueden someterse a estos “la supresión o disminución de los derechos fundamentales de la persona ni las normas de carácter presupuestal ni los tratados internacionales”. Claro, pues, si alegremente contraviniéramos esto, decidiríamos, soberanos e idiotas, bajar los impuestos a la mitad, subir el salario mínimo al doble, zafarnos de los tratados que nos impiden establecer la pena de muerte, renunciar a la y un sinfín de despropósitos.

He oído a un par de constitucionalistas, como mi amigo y como , hacer una esquemática lectura de esa prohibición y concluir que, como la unión civil no sería “una disminución de derechos” sino un nuevo beneficio, sí cabría referéndum. ¡Vamos!, hay cientos de miles de ciudadanos que sienten que su derecho a la igualdad quiere ser echado a los leones. Que no estén reconocidos plenamente no quiere decir que no sean sus derechos lo que el cardenal plantea someter a la grita del más fuerte. Que se legisle y punto, que debate igual habrá. 

Mi rechazo al referéndum no solo se debe a mi discrepancia con la posición de Cipriani respecto a la unión civil (respecto al aborto en general, está clarísimo que no procede referéndum, pues se trata de los derechos del no nacido y de la madre; y el aborto terapéutico ya es legal). Mi rechazo se debe a que mi idea de democracia, que es la que recoge la Constitución y la que prima en el Perú, no admite la truculencia plebiscitaria. Igual me opondría si calculara que las posiciones igualitarias ganarían y nos salvarían de los leones.