En el 2012, hace ya 11 años, pasé tres semanas en Israel, una de las experiencias profesionales más reveladoras e interesantes que me pudo dar el periodismo. Se trataba de un curso para medios de comunicación en zonas de conflicto y el lugar para aprender y entender este tipo de situaciones no podía ser el más adecuado.
El conflicto israelí-palestino es complejísimo; una muestra de ello es que cada que estalla de nuevo, como ha ocurrido hace un mes, los ríos de desinformación corren, porque o estás a favor de unos o en contra de otros, o de pronto te vuelves antisemita, terrorista o sionista. Y así, las etiquetas van y vienen tan rápido como la duración de un video de TikTok.
Lo que aprendí en ese mes, en el que además tuve la suerte de estar en territorios palestinos como Ramala, Nablús, Hebrón y Belén (en los que, debo decir, la gente era extremadamente amable), fue que todo es gris y que las líneas se difuminan rápido cuando quieres entender quién tiene la razón.
Pero lo que sí logras entender es que no todo se reduce a la política. Eso me quedó claro cuando, como parte del curso, visitamos algunos de los asentamientos israelíes enclavados en Cisjordania, considerados ilegales por la ley internacional, pero que se siguen estableciendo a la fuerza en territorio palestino y que los gobiernos israelíes –sobre todo los de Benjamín Netanyahu, que para su supervivencia política necesita de los más ultranacionalistas– no tienen ninguna intención de dar marcha atrás, sino todo lo contrario.
Según el reporte de enero del grupo proasentamientos West Bank Jewish Population Stats, la población en las colonias creció a 502.991 personas, un aumento de casi un 16% en los últimos cinco años. Y no solo eso, el número de viviendas autorizadas para construirse en estos asentamientos prácticamente se ha duplicado desde el 2012: de 7.325 a 13.082 nuevas casas, pobladas casi en un 100% por israelíes que llaman Judea y Samaria a Cisjordania y que señalan que tienen el derecho sagrado de vivir allí, porque así lo dice la Biblia (en aquel 2012, ese era el motivo esgrimido claramente por el vocero de las organizaciones de asentamientos).
Ahora, ¿la política de asentamientos es justificación para lo que hizo Hamas el pasado 7 de octubre, con el secuestro de 242 israelíes y la muerte de unos 1.400? Por supuesto que no, porque, además, Hamas controla Gaza y Cisjordania está bajo la administración de Al Fatah, su rival político. Pero tampoco se puede dejar al margen una de las causas sustanciales por las que este conflicto no encuentra punto final y muestra lo que a Israel no le gusta que le señalen: que es una potencia ocupante. Y no lo digo yo, lo dice la ONU.