Solemos analizar la incapacidad que tenemos para asumir nuestros deberes como ciudadanos: no respetamos las reglas de tránsito, nos friega pagar impuestos, nos estacionamos donde nos resulta más cómodo, nos aburren las colas, etc. Nos percibimos a nosotros mismos como seres informales, medio chichas, que nos movemos con gracia y astucia en medio del caos y el desgobierno.
Pero, así como los peruanos somos muy malos para cumplir con nuestros deberes, no tenemos ni la menor idea de cuáles son nuestros derechos. Esta cultura del emprendedurismo, que básicamente impulsa el desarrollo del ser humano a punta de sacarse el ancho, tener jornadas laborales de 16 a 18 horas sin vacaciones ni derechos laborales, ha inoculado entre nosotros la equivocada idea de que no nos merecemos nada.
Por eso, cada vez resulta más natural ver a los ciudadanos en los noticieros, pidiendo “una colaboración” cuando de un derecho fundamental se trata: la madre de una niña violada pide a la justicia que “colabore” para encerrar al agresor, la hermana de un muchacho atropellado ruega la “colaboración” del chofer que lo embistió para poder atender a la víctima, un paciente con la pierna destrozada duerme en un taxi en la puerta del hospital 2 de Mayo e implora la “colaboración” de los funcionarios de salud para que le den una cama.
Tal vez el aspecto más perverso de esta absoluta falta de conciencia sobre cuáles son nuestros derechos es que los encargados de respetarlos y atenderlos sienten que, cuando hacen lo que les corresponde, están haciéndonos un favor. Y entonces nos hemos convertido en un país donde un viceministro es capaz de señalar que está “colaborando” con un paciente para conseguirle un trasplante de médula, o una empresa de transporte anuncia que “colaborará” con la asistencia de las víctimas de un choque. La policía nos “colabora” cada vez que por fin chapa un choro. Y ya en el colmo de la “colaboración” el juez o el fiscal lo mantienen tras las rejas. Los congresistas no se quedan atrás y nos prometen como un favor especialísimo, una “recontra colaboración” en la discusión (ni sueñen con aprobación) del paquete de leyes que busca una reforma electoral. También está la compañía de teléfonos que promete su “colaboración” para arreglar la línea por la que ya pagaste, la Sunat que nos “colabora” cuando nos condona una multa que nunca nos debió poner o la primera dama que cree que se va a ganar el Oscar a la “colaboración” por responder ante fiscalía sobre el caso de las agendas.
Se acerca la campaña electoral y vayámonos preparando porque ese es el escenario perfecto para que nuestros derechos fundamentales se conviertan en una mercancía intercambiable. Habrá quienes prometan colaborar para que llegue luz o agua potable a determinados lugares, otros ofrecerán “colaborar” para que no nos maten en las calles, o para que nuestros hijos aprendan algo en los colegios. Lo único que pedirán a cambio es que les “colaboremos” con nuestro voto. Es decir, que los elijamos para que tengan la suerte de convertir sus obligaciones (no robar, construir una carretera, vacunar niños) en grandes favores que nos harán de manera siempre desprendida y muy desinteresada.