Macarena Costa Checa


Antes de la muerte cruzada, quiero decir. Hace dos días, el presidente ecuatoriano Guillermo Lasso disolvió el invocando la figura de la ‘muerte cruzada’. Esta medida está contemplada en la Constitución de y faculta al presidente a disolver la Asamblea Nacional si considera que está obstaculizando su capacidad para gobernar. Pero debe convocar a elecciones generales en menos de siete días. Es decir, se van todos.

En el no existe la figura de la muerte cruzada. Pero si analizamos en dónde estamos parados actualmente, es en la pausa antes de una muerte cruzada por ‘default’. Si Dina Boluarte fuera vacada, quien asumiría el mandato del país sería el presidente del Congreso. Este, de acuerdo con el artículo 115 de la Constitución, estaría llamado a convocar de inmediato a elecciones. ¿Qué es eso si no una muerte cruzada sin nombre? El hecho es que, si se va Dina, se van todos. Y si bien ese es precisamente el deseo de la mayoría de la población (74% en marzo, según Datum), evidentemente no es el de nuestros políticos.

Lo que tenemos, en la práctica, es un convenio de mutua supervivencia. Este acuerdo tácito (o quizás ya no tan tácito) entre el Congreso y Boluarte ha llevado a ambos poderes a no elevar sus niveles de confrontación. Lo que evitan es una destrucción mutua asegurada.

Estoy segura de que este tipo de figuras constitucionales no fueron redactadas pensando en que llegaríamos a un momento en el que las usaríamos tanto, acomodándolas incluso a diferentes interpretaciones. En el Perú, desde el 2016, la vacancia por incapacidad moral es una herramienta que todos los Congresos (2016-2019, 2020-2021 y el actual) han usado. En Ecuador resulta ser la muerte cruzada.

Las preguntas que surgen son similares. Acá en el Perú: ¿qué califica como ‘incapacidad moral’? Allá en Ecuador: ¿qué califica como ‘conmoción interna’? ¿O son más bien conceptos moldeables a los intereses de quien implementa las medidas? La incapacidad moral o la muerte cruzada son figuras que nuestras constituciones no desarrollan en las dimensiones necesarias como para limitar su uso a situaciones verdaderamente extraordinarias.

Quizás estamos demasiado acostumbrados a la inestabilidad política como para sorprendernos, pero lo que ha pasado en Ecuador es otra señal de que la democracia en la región se vuelve cada día más frágil. Los gobiernos y representantes que escogemos los ciudadanos democráticamente deberían concertar para gobernar, a pesar de las diferencias. Hoy eso parece imposible. Y aunque en el Perú parece que atravesamos un momento de relativa calma en la política, no olvidemos que detrás no tenemos sino más de lo mismo: polarización desmedida, de esa que nos lleva a estar constantemente al borde del abismo.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.


Macarena Costa Checa es politóloga