Rolando Arellano C.

Nuestro artículo de la semana pasada (26.10 “Aprender de sus hijos”) puso en evidencia que los más jóvenes, e incluso los muy jóvenes, pueden estar más avanzados que sus mayores en el uso de las nuevas tecnologías. Pero también evidenció que eso trae consigo muchos peligros para todos. Veamos.

Primeramente trae grandes peligros para los menores, que si bien adquieren habilidades técnicas nuevas, también parecen perder otras habilidades fundamentales. Así, algunos científicos señalan que esta sería la primera generación que tiene un coeficiente de inteligencia menor que el de sus padres. Si bien esto puede ser discutible, lo que es indudable y no necesitamos tests para probarlo, es que con el uso permanente de las pantallas nuestros jóvenes disminuyen sus habilidades de interacción social.

En segundo lugar trae peligros para todas las personas pues, como se ve en el impactante documento “El dilema de las redes sociales” (Netflix), las corporaciones que manejan las redes tienen un acceso casi ilimitado a la intimidad de los individuos. Así en cada interacción que tenemos en las redes dejamos información de nuestros gustos, actitudes, desplazamientos, compras, actividades y más, registrando allí una imagen más completa incluso que la que conocemos de nosotros mismos. Así, como dice el documento, en lugar de ser los usuarios del producto Redes Sociales, resulta que nosotros (o más bien la información sobre nosotros), somos el producto que venden esos sistemas.

Y si esa información nos hace vulnerables individualmente ante cualquier usuario inescrupuloso, su peligro se multiplica cuando se usa para la sociedad en su conjunto. El ejemplo lo vemos en temas electorales, como los casos del ‘brexit’ y quizás la elección de Bolsonaro y Trump, en donde el uso de grandes bases de datos de los ciudadanos, llevó a resultados que probablemente distorsionaron el sentido de la democracia.

¿Debemos entonces negarnos a esas tecnologías? De ninguna manera, pues ellas son necesarias para el desarrollo. Pero podríamos aprovechar la ventaja de que al no ser nuestros países los primeros en tenerlas, tenemos la posibilidad de observar en otros sus efectos negativos, y contrarrestarlos.

Así podemos ya comenzar a evitar que nuestros niños se sumerjan demasiado en pantallas en las que podrían ahogarse. Podemos igualmente limitar la información que damos en las redes sociales para que no sean un bumerán contra nuestra independencia personal. Y podemos también vigilar su uso en procesos democráticos, como las elecciones que tendremos en el 2021, en donde el Internet tendrá una importancia exagerada. Pero de esto último hablaremos en un artículo próximo. Que tengan una gran semana.