Un debate informal, por Richard Webb
Un debate informal, por Richard Webb
Richard Webb

Siempre criticado y rechazado, el empleo informal ha ido subiendo de categoría en la lista de los enemigos públicos. Se podría decir, incluso, que hoy se ha ganado el podio más alto, el de la medalla de oro, cuando se definen las causas del atraso. Trátese de salarios paupérrimos, vejez sin pensión, despido sin protección, baja productividad e ineficiencia económica, el gran causante de todos esos males sociales y económicos ha sido identificado. Como Arquímedes en su baño, hemos saltado gritando: “¡Eureka! La culpa está en la informalidad”. En realidad, ese fue el mensaje del presidente de la Confiep cuando dijo hace más de un año que trabajar en la informalidad era “cercano al infierno… un régimen de esclavitud”. 

¿Cuántos peruanos vivimos en el infierno? Según las estadísticas, 7 de cada 10 peruanos somos informales, gente improductiva y excluida de la seguridad social. A veces viajo en combi o bus y miro a los pasajeros tratando de adivinar cuál de ellos vive en el infierno y cuál en el cielo. ¿Esa señorita será empleada de un celestial supermercado? ¿O una castigada y desprotegida ayudante de una pequeña e informal bodega de esquina? Difícil adivinar. Ambas visten de forma similar y viajan concentradas en sus celulares. ¿Ese hombre con ropa de obrero de construcción será un trabajador en el cielo formal de Graña y Montero? ¿O esclavo infeliz de un subcontratista? ¿Y ese con aire de maestro que revisa sus apuntes y cuadernos estará en el paraíso de la planilla del Ministerio de Educación? ¿O será profesor sufrido contratado fuera de planilla por una escuela? Incluso, podría ser las dos cosas a la vez. Una mayoría de los maestros del Estado, los policías con su 24x24 y los médicos en hospitales tienen residencia doble, viajando diariamente entre su trabajo de arriba y el de abajo. Quizá porque no saben que ya fueron admitidos al cielo. 

El caso opuesto fue la señora que conocí en la plaza de un pueblo serrano donde ella se acercó para venderme una gelatina en vasito. Me alegró su cara de felicidad. Conversando descubrí que vivía de su chacra, pero que en ese momento había venido al pueblo para visitar a su hija, quien acababa de ingresar a la universidad. Las gelatinas eran para costear el pasaje desde su comunidad y era evidente que su mundo estaba centrado en el futuro que esperaba para la hija. No le informé que en realidad estaba viviendo en el infierno, pero que podría salir de ese estado registrando su chacra en la Sunat. 

Algunas frases son como esas medallas olímpicas que terminan siendo victorias pírricas. Quizá hubo dopaje, o quizá la campeona era realmente un campeón. Igualmente, hay conceptos que nos hacen gritar eureka por su brillantez y que prometen ser la solución buscada para grandes problemas de la vida. Pero cuando procedemos a aplicarlos, descubrimos que cada problema tiene que ser tratado como una excepción. La informalidad es una de esas canastas, de casos particulares, donde se mezclan la falta de seguridad social, la baja productividad y la deshonestidad. Por eso el mejor punto de partida para solucionarlos sería prohibir la expresión “formalizarnos” y más bien ponernos a descubrir las particularidades e interrelaciones de cada problema específico. En la salud, por ejemplo, poco avanzaríamos diciendo que “tenemos que sanarnos”.