Para recuperarse más rápido de la crisis productiva del COVID-19, todos los miembros de la sociedad –empresarios, empleados, clientes y autoridades– deben actuar con mente abierta y creativa. Veamos ejemplos de cómo hacerlo ante la necesidad de mayor distancia personal que plantea la nueva normalidad.
Javier, dueño del restaurante Los Antojos, sabe que debe disminuir el número de mesas de su local. Así, podría considerar hacer como en los Estados Unidos, donde algunos restaurantes atienden cenas desde las 5 p.m. para los mayores, que prefieren salir temprano. Por eso, haría una promoción, con postre gratuito, para los “madrugadores” peruanos que vayan de 6:30 p.m. a 8 p.m. Así, tendría dos ruedas de servicio por noche, en lugar del servicio de siempre. Pocho, de la cebichería El Coliseo, solo atiende almuerzos. Con la misma mente abierta, podría decidir abrir para la cena ofreciendo parrilladas de mariscos y platos calientes (todos de origen marino, para guardar su posicionamiento). Y poner, además, un conjunto de música criolla.
Por otra parte, Francisco, que debe disminuir el aforo de obreros en su fábrica de Ventanilla, aunque le cueste algo más, podría poner tres turnos de ocho horas, en lugar del único turno usual de 8 a.m. a 4 p.m. Y algo similar haría Carlos, dejando que sus analistas de crédito trabajen desde casa, reportándose cada cierto tiempo con sus jefes. Tal vez, incluso por sugerencia de los mismos analistas que quieren recuperar algo del tiempo que deben por el salario recibido durante las semanas de cuarentena, aceptaría de manera extraordinaria que trabajen también algunos sábados y feriados.
Y en un mundo ideal, Jorge y los demás alcaldes entenderían que también deben ser innovadores en esta situación crítica. Así, podrían facilitar la autorización de horarios más amplios para el restaurante de Javier, y no objetar que Pocho ponga música (con las restricciones lógicas de volumen y horario). Y, de la misma manera, la ministra de Trabajo podría motivar a que sus funcionarios apoyen para que todos puedan trabajar, adaptando por un tiempo las normas existentes. Porque sabe que, si se exige que se pague mucho más a quienes laboran de noche o domingos, nunca se reabrirán esos puestos de trabajo que se perdieron por la restricción de espacio.
Tanto Javier como Pocho piensan que no es fácil que los clientes cambien sus costumbres, y Carlos y Francisco entienden que trabajar en horas complicadas no es ideal. Pero todos ellos –trabajadores, autoridades y los mismos clientes–, con mente abierta, saben que las circunstancias extraordinarias que vivimos ameritan que se tomen decisiones igualmente extraordinarias. Que tengan una gran semana.