Nos podemos proteger solos decretando nuestra propia cuarentena. Pero bien saben que eso no basta. Muchos no podrán o no querrán hacerlo y ahí es donde entra el Estado para impedir, con severas medidas, que el impacto de su interacción deje diezmada a la nación.
Ahí está, pues, amigos liberales, una razón de vida o muerte para invocar la fuerza del Estado, una razón sobre la que no hay ni mucha literatura ni mucho debate ideológico. Bienvenidos al Estado sanitario, mucho más importante ahora que el Estado de bienestar socialdemócrata, que el autoritario aparato comunista que lo estatiza todo, o que el pequeño Estado liberal que apenas regula lo indispensable.
No es solo, pues, la política y la economía las que determina todo –¡qué tremendas lecciones deja la pandemia!– sino la salud. El tamaño del Estado estará en función de la preservación de la especie. O sea, tenemos que revisar nuestra asimilación del Estado liberal europeo. Lo hemos adoptado sin tener la solvencia de los países del Viejo Continente para garantizar las libertades costeando la cobertura general de servicios y seguro al desempleo. Lo hemos convertido en un Estado fallido para una sociedad informal y, para colmo, debilísimo ante un virus.
Hay otros modelos de Estado y sociedad que resisten la pandemia mucho mejor que nosotros y que Europa. Incluso, son varios los que se han librado de las segundas olas propiamente dichas. Un mejor equilibrio entre la libertad y la disciplina ante las normas de emergencia los ha dejado mucho mejor parados que la mayoría de países europeos y que Norteamérica. Ante tanta tragedia, resulta increíble que de las sociedades liberales hayan surgido movimientos contra el uso de mascarillas, contra las vacunas o polémicas exquisitas sobre si el rastreo y la vigilancia digital de contagiados atenta contra el derecho a la privacidad.
Desde mi liberalismo y mi miedo a la pandemia, deploro esos extremos de la herencia occidental, y envidio esos modelos de Asia y Oceanía que se manejan tan bien ante la pandemia. Y ojo que son diversos en lo político, pues tanto China continental como su antitético Taiwán, tienen buenos resultados sanitarios. Es más que un Estado fuerte, son modelo de sociedades poscoloniales con las que debiéramos cultivar más nuestros puntos de contacto.
Europa se consagró indolentemente, tras su primera ola, a su tradición liberal y su población fue el fértil campo de cultivo de las variantes peligrosas del virus. Sin ese relajo, es probable que no se hubiera dado esta evolución del principal enemigo de la humanidad hacia formas más contagiosas. La pandemia nos ha atacado de forma tan inmisericorde que nos obliga, sufridos peruanos, a mirarnos en otros espejos de sociedad y Estado.
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