No me equivoqué. Creí que el presidente no iba a pechar al Congreso y así fue. Ni siquiera le lanzó indirectas cuando habló de la reforma política. En lugar de pullas hubo guiños. En lugar de retar a duelo, arengó a los congresistas a debatir y firmar un Pacto Perú.
¿Se ha vuelto predecible Martín Vizcarra? ¿Abandonó la política provocadora del ‘grand gesture’ sin ‘follow up’ según lo ha descrito Michael Reid en “The Economist”? Creo más bien que ha estado más realista y práctico. Tenía que hacerle la ‘camita’ al voto de investidura que Pedro Cateriano pedirá el próximo lunes y tenía que compartir el peso de la pandemia con otros.
A estas alturas de su período, Vizcarra sabe que dejará una gestión incompleta y un gobierno estragado por la crisis. Sabe que no habrá muchas plaquitas con su nombre –reales o imaginarias– para colgar en el bicentenario. Haber inducido a la economía al coma durante un par de meses, para despertar a esto; obliga a cambiar de actitud.
El Vizcarra realista no ha prometido mucho. Ni siquiera ha anunciado medidas de destrabe para los emprendedores recesados. Se ha resignado a no cambiar el Estado; por eso, la única reforma atrevida que mencionó, la integración del Minsa con Essalud, la dejó para el Pacto Perú (o como se llame cuando los convocados empiecen por pedir un nombre nuevo para mermar la autoría del presidente). Me temo, eso sí, que esta convocatoria al diálogo pueda ser una manifestación más de la ‘comisionitis’ de alto nivel, pero sin ejecutoria, a la que las fuerzas vivas asisten protocolarmente.
La resignación al Estado también está presente en la apuesta a los contratos de Gobierno a Gobierno, como aquel con Gran Bretaña para la reconstrucción del norte. Todos los últimos presidentes, para bien y para mal, han buscado las maneras de saltarse con garrocha las trabas del Estado. Vizcarra ha encontrado su garrocha en estos ‘affaires’ bilaterales.
Un presidente realista y práctico, en buena hora. Pero un presidente resignado a no reformar el Estado, aunque sea en temas muy puntuales, no es lo que necesitamos. A un año de irse, algo de esto se percibe. La pandemia alargada frustra y agota, quita ganas de pelear con los otros y consigo mismo. Vizcarra se preguntó, en el pasaje final del discurso, ¿de qué estamos hechos? Pues de esas contingencias, inseguridades y complejos estamos hechos, presidente.
También estamos hechos de emprendimientos personales, familiares y corporativos. Para todos ellos el mensaje se quedó corto. Pero lo que resta de gestión es suficientemente extenso como para dedicarse a ellos.