Que fuera el evanescente señor Toledo quien terminara decidiendo que Carmen Omonte, una de las pocas sobrevivientes del horrible naufragio de Perú Posible, sería la inminente ex ministra de la Mujer de su amigo Ollanta debió haber producido en la cabeza de muchos, un ‘fast forward’ de imágenes en el que Zaraí, Lucrecia, Lady Bardales, Eva Fernenburg, Elianne Karp y demás mujeres-batalla bailaban juntas un cancán infernal. Y ni en su peor pesadilla, Ana Jara avizoró jamás que, en la hora undécima, le harían el cambiazo de carteras que le hicieron. La historia secreta me la contó Lucha Cuculiza, amiga y doblemente colega de la congresista y hoy ex ministra de la Mujer. Parece que, hasta muy avanzada la tarde del lunes 24 de febrero, día de la juramentación del quinto Gabinete, todos lucían convencidos de que Anita continuaba inamovible en su sillón. Todos, incluso ella. Nadie lo hubiera dudado de la ministra ladrillito que, en los días más aciagos, ha exhibido cintura, rapidez y esquina ante las cámaras. Pero el hueso más duro de todos: el sector Trabajo y con él, el piedrón, la rocaza caliente del sueldo mínimo vital, la estaban esperando primorosamente envueltos en papel de seda, cual sorpresa. Lo normal era que, en el término de la distancia, se constituyera en Palacio con el fajín bien planchadito. Lo que no le habían dicho era que le arrancarían la niña de sus ojos y, lo que era aun peor, para entregársela en bandeja al ‘womanizer’, al playboy de Cabana como extraña ofrenda de fraternidad.
Pero desde el momento en que se lo ciñó, el fajín ha estado estrangulando sin piedad a Camuchita, la cementera, y, tal como, certeramente, lo dibuja hoy Andrés Edery, parece que ya nada salva a la salvavidas de hundirse, calzándole, de paso, a su agónico líder unos atroces zapatotes de cemento. Por ella el Gabinete no se jugará la censura, así que, de acá al lunes, la suplente necesitará suplente. Y hete aquí que otra simpática damita ya calienta al borde de la cancha y se relame los belfos, contando las horas. Alguien que –usaré un dicho venezolano, algo extremado pero divertido– “está más contenta que negra preñá de musiú”. O sea, contentísima. Trátase, damas y caballeros, de una characata tan buenamoza como enigmática y lenguaraz, la congresista de Gana Perú Ana María Solórzano. Si por sus obras no la conocéis, la ubicaréis por sus escándalos. Es la congresista cuya tía –la celebérrima ‘Tía Pocha’– demandó al director de este Diario en el 2011 porque encontró difamatorio el titular “Pantaleón y la tía Pocha”, una columna editorial de Perú.21 que ponía en blanco y negro algo que para nadie en Arequipa es un secreto: que gracias al abnegado servicio de sus night-clubs de la Variante de Uchumayo han calmado y calman sus volcánicos ímpetus verdaderos ejércitos de alegres parroquianos. ¿Podrá ser ella la próxima ministra de la Mujer? ¿La sobrinísima de La Tía Pocha? Sería alegórico, francamente. Ya sería de almanaque.