Una congresista “muy digna” pide licencia desde enero de este año. En la práctica, ya reside en Estados Unidos. Pero resulta que participa de las sesiones y hasta vota. El reglamento no se lo impide. Pero no pasa nada.
¿Por qué? Decenas de congresistas hacen lo mismo. A raíz de la pandemia, las respectivas mesas directivas permitieron que los parlamentarios participen presencial o virtualmente en las sesiones de comisiones o del pleno. Mientras la gran mayoría de empleados del Estado, por la naturaleza de su labor (se llama servicio público, ¿se acuerdan?), hace mucho tiempo retomó la presencialidad al 100%, nuestros “padres de la patria” siguen en marzo del 2020.
Ergo, estas imágenes de comisiones en las que solo aparece el presidente del grupo de trabajo o, a lo mucho, uno o dos integrantes de este, son parte del “nuevo paisaje” del Congreso.
Bajo esa misma lógica, ¿por qué impedirle entonces a la presidenta Boluarte liderar y gestionar su cargo desde el extranjero de manera virtual? ¿Solo porque los legisladores “parlan”, pero no ejecutan? ¿En serio?
¿Qué es lo que una Mesa Directiva responsable y empática con el 6% de aprobación que mantiene el primer poder del Estado debería hacer? Simple, acabar de una buena vez por todas con la virtualidad en las sesiones y volver a la presencialidad total. ¿Por qué eso no sucede? Porque a nadie le conviene. Punto.
Williams cita a un pleno (obligación esencial del legislador), pero el mismo día y a la misma hora el presidente de una comisión “muy astuto” (Energía y Minas, cuyo titular además está involucrado en el caso de ‘Los Niños’) hace lo mismo con su grupo de trabajo con la idea de aprobar un dictamen “x”, a sabiendas de que los votos opositores al mismo estarán ausentes por participar en el pleno. Pero no pasa nada, ¿por qué? Varias comisiones hacen lo mismo.
La votación absolutoria en el tema de ‘Los Niños’, la designación reciente del defensor del Pueblo y la multiplicación vergonzosa de los mochasueldos son expresiones de la misma causa.
La degradación es consecuencia de una inmoralidad devastadora de los congresistas, independientemente del grupo al que pertenecen, y de una hiperfragmentación que genera mutua dependencia para el logro de intereses personales y oscuros (lo que es casi una tautología).