Macarena Costa Checa

Parece que este quisiera ser todo y nada a la vez. Por un lado, parece que quiere etiquetarse como el gobierno de la prevención contra El Niño. El gobierno de la seguridad ciudadana. El gobierno de la primera presidenta mujer.

Por otro lado, la poca claridad de sus mensajes y la leve intensidad con la que estos se despliegan hacen que ninguno se escuche lúcidamente. Porque, si bien el Gobierno quiere consolidarse como uno que ‘hace’, tampoco quiere alzar demasiado la voz como para poner en riesgo su continuidad. La administración de Boluarte existe en este fino equilibrio entre querer hacer lo que los peruanos pedimos y querer simplemente permanecer en el poder, en silencio y sin moverse. Como estatuas que podrían gatillar un efecto dominó con cualquier movimiento.

El problema con esta “estrategia” es que no funciona. Muy pocas cosas son efectivas si se hacen a medias. Si el Gobierno quiere resaltar en la memoria colectiva por alguna causa, tiene que ser más intencional al respecto.

En su momento, la mayoría de los gobiernos recientes han emprendido acciones para ser recordados como “algo”… El gobierno de PPK, el de la política exterior de liderazgo regional y lucha contra El Niño costero. El gobierno de Vizcarra, el de la bandera anticorrupción (tan irónico en retrospectiva). El gobierno de Sagasti, el de las vacunas.

Es normal que los gobiernos intenten activamente catalogarse a sí mismos como líderes en un tema con la intención de ser recordados por eso. Además, independientemente de si serán o no recordados por eso, convencer a la opinión pública de que se está trabajando fervientemente por una causa facilita la gobernabilidad.

Y acá viene la mejor parte: si un gobierno no decide, nosotros decidimos por él. Si no puede comunicar efectivamente el norte de su gestión, la población decide cuál es. En el caso de , existen ya varias etiquetas entre la opinión pública: el gobierno de la represión. El gobierno de Otárola. El gobierno que se atornilló al poder. El gobierno que no hace nada. No son etiquetas bonitas. Pero son las que existen. Y si el Gobierno sigue siendo tímido en todos sus frentes y caminando de puntitas para no enfadar a nadie, estas son las etiquetas que se van a quedar.

Boluarte se encuentra en una encrucijada, atrapada en su propio juego de equilibrio político. Si no decide de manera clara y audaz qué legado quiere dejar, la opinión pública lo decidirá por ella. Para destacar y ser recordado, se requiere más que una estrategia vaga y titubeante. Este gobierno debe superar su temor a moverse y abrazar una causa con determinación si realmente quiere gobernar para los peruanos. La indecisión y la timidez no son el camino hacia la trascendencia.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.


Macarena Costa Checa es politóloga