Cuando intentamos entender el mundo de los niños y niñas, nos damos cuenta de que la vestimenta acompañó los sistemas de sexo y género, mostrando con facilidad quién es quién para poder tratarnos con propiedad de acuerdo con las normas sociales.
Por ejemplo, en nuestra sociedad sigue usándose el color rosado para las niñas junto con los aretes, vinchas y demás adornos en la cabellera. Mientras los niños, cuando bebes, son vestidos negando lo femenino: no deben usar rosado, aretes o adornos en su cabello. El sistema de género y sexo nos ayuda a diferenciar claramente quién es quién y a tratarlos de modo “correcto”. Por ejemplo, cuando en un parque se cae una niña pequeña, sus cuidadores la consuelan y le permiten llorar; mientras al niño vestido de celeste no lo dejarán llorar ni le dirán que es bello, sino que es fuerte. La vestimenta de niños y niñas en nuestra sociedad ha cambiado poco en su afán de mostrar quién es quién, porque a la sociedad le interesa todavía de sobremanera seguir construyendo identidades que distingan claramente al niño y a la niña en un sistema que le brinda privilegios diferenciados a unos y a otros. De manera sutil, a través de la vestimenta, la sociedad transmite valores, sensaciones, ideas y normas sociales diferenciadas.
Sin embargo, los sistemas de vestimenta de niños y niñas no funcionan de modo similar en todas las sociedades. Por ejemplo, en Afganistán las familias que no tienen hijos hombres sienten que ello es vergonzoso e inconveniente, pues las hijas mujeres no deben salir a jugar sin la compañía de un hermano. Por ello, las madres “inventan al hijo hombre deseado” pidiéndole a una de sus hijas actuar como varón muchas veces hasta el matrimonio (que es a edad temprana), lo que implica vestir como hombre, llevar el pelo corto, pero además ganar la libertad de la que gozan los niños como estudiar, realizar deportes, y a la vez las eximen de las tareas de las otras niñas, como cocinar o dedicarse a las tareas domésticas. El cambio de ropas o travestismo conlleva para estas niñas toda una serie de comportamientos no siempre fáciles de revertir. En otros casos, las niñas se visten de niños para salir a la calle a ayudar a su padre en el trabajo de venta callejera con el fin de guardar la dignidad familiar (las mujeres no deben trabajar en el espacio público).
En la Europa victoriana también se cambió de ropa a niños y niñas, pero en este caso como castigo: “la disciplina de las enaguas”. Como se consideraba una vergüenza ser mujer, una manera de disciplinar a niños majaderos o violentos consistía en vestirlos con prendas femeninas. Muchos de ellos, incluso, se veían forzados a pasar todo el verano vestidos de mujer. En algunas escuelas peruanas dirigidas por religiosas españolas –hace ya varias décadas– se castigaba a los niños colocándoles un lazo en el cabello durante el recreo.
Lo que muestran estos ejemplos es que todavía vivimos en sociedades donde ser mujer es una desventaja. Y, qué curioso, los sistemas de privilegio masculinos se construyen de manera sutil a través de algo que consideramos tan femenino como la ropa.