Hay dos polos recargados de energía que explican las tensiones del momento y, también, los espacios débiles y precarios en los que la oposición de derecha y el Gobierno pueden coincidir. ¿De qué hablo? De que el antifujimorismo que participó en el poder desde Alejandro Toledo ha terminado por engendrar su exacto opuesto: el ‘anticaviarismo’.
El anticomunismo es otra cosa: viene del siglo pasado, es universal y se opone a toda la izquierda, desde la democrática hasta Sendero Luminoso. Estuvo muy presente en la campaña pasada, cuando apenas se sabía que Pedro Castillo tenía socios de izquierda extrema. Tuvimos que esperar unos meses para que la derecha fujimorista, conservadora y afín, identificara que su polo opuesto estaba en la posición más vulnerable desde el 2000: desprestigiado por haber apoyado al Gobierno antes de ser expulsado de forma indigna y con suficiente presión popular e informal, representada en varias bancadas, para echarse abajo algunas de las reformas formalizadoras que implementó. Y, para remate, con el odio jarocho de los hermanos Cerrón, dispuestos a aliarse con la derecha con tal de golpearlos.
Si tecnocracia, academia y opinión pública progresista –definición no despectiva de lo ‘caviar’– han defendido una reforma a ultranza, esa es la de la acreditación universitaria; o sea, la Sunedu. Lo ‘caviar’ está tan identificado con el mundo académico laico, y con la Sunedu, que el golpe congresal reciente contra esta última, a través de la ley que cambiaría su estructura, es más político y emotivo que otra cosa. Es cierto que hay congresistas con intereses ligados a universidades no licenciadas, pero eso no explica la contundencia del voto en bloque de Fuerza Popular y Renovación Popular, sino el odio a un grupo que les ha dado la lata por tanto tiempo y tantos gobiernos.
Es una desgracia que políticas públicas se identifiquen con un grupo, pues ello las hace doblemente vulnerables: a intereses opuestos y a simples odios. La Sunedu tiene que zafarse el mote de ‘caviar’, defenderse por razones técnicas y hacer lobby efectivo ante esas bancadas que la consideran emblema de una forma de pensar. Por lo pronto, la tecnocracia ha convencido a Castillo de observar la ley. Ojalá lo haga a pesar del cerronismo y de su bancada de maestros que, siendo todos sindicalistas, tienden a pensar que los entes tienen que ser copados por los gremios.
El anticaviarismo, como todo anti, es destructivo y autodestructivo, porque descarta posibilidades de concertación y democrática supervivencia. Para remate, la fobia anticaviar es un seguro para la rapiña de este Gobierno, pues impide que izquierdistas y derechistas democráticos y honrados se pongan de acuerdo en fiscalizar y darle el ‘tatequieto’ definitivo a Pedro Castillo.