En momentos en los que las comunidades LGTBQ muestran su orgullo para reivindicar los derechos que se les niegan, debe señalarse que lo que la sociedad les debe no es su derecho a la diferencia, sino más bien su derecho a la indiferencia. Su derecho a no ser percibidos como distintos. Veamos.
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Hasta hace unos cuantos siglos una de las diferencias sociales más importantes era la que daba la alcurnia de la familia en la que se nacía. Se nacía noble o se nacía plebeyo, en una jerarquía que debía ser respetada porque “era natural”. Oponerse a lo que mandaba la realeza era un pecado, y más de un plebeyo fue excomulgado, o quemado, por hacerlo. El gran avance no fue que se respeten los derechos de los plebeyos, sino que ni siquiera se diferencie eso en la ley, y en la sociedad. La alcurnia pasó a ser indiferente.
De la misma manera durante siglos algunas razas tuvieron “el derecho” de someter y esclavizar a otras, de supuesta calidad inferior. ¿Quién podría negarlo si Dios mismo había decidido hacer esa evidente diferencia? Hoy, en las sociedades realmente civilizadas (hay sociedades ricas que evidentemente no lo son), a nadie se le ocurriría decir que las personas de raza negra, amarilla o mestiza son “diferentes” y por ello deben tener un trato especial. Hoy simplemente esa diferencia no existe.
¿Y los derechos de las mujeres? “No tienen la misma inteligencia” y frases similares justificaron durante siglos la hegemonía del hombre sobre la mujer. En casi todas las culturas la idea fue que Dios creó al hombre primero, y luego a la mujer para darle compañía. Hoy, el gran avance no es que ellas tengan derechos especiales por su sexo, no, el avance es que no hay diferencias entre los derechos civiles de varones y mujeres.
Por ello, más que insistir en que se den derechos diferenciales a algunas minorías, se debe buscar que tengan los mismos derechos de cualquier ciudadano. Cuando en nuestra sociedad nadie se escandalice al ver a personas homosexuales conviviendo de manera ordenada, con los mismos derechos y la misma protección que tienen las parejas de cualquier raza, los divorciados y los heterosexuales, realmente se habrá logrado la justicia que se necesita.
Y entonces, así como no existe el mes del orgullo plebeyo, o el mes de la alegría mestiza, y como no debería existir el día o el mes de la mujer, porque su existencia misma marcaría que esos grupos no tienen los mismos derechos que otros, no habrá necesidad del mes del orgullo gay. Y así las empresas no necesitarán cambiar sus logos para mostrarles su apoyo, ni habrá necesidad de desfiles de reivindicación, ni toda esa algarabía que escandaliza a algunos y molesta a los intolerantes. Que tengan una buena semana.