Todo es magro y pequeño en el gobierno de Pedro Castillo: su capacidad de trazar un rumbo, su energía, su planificación, sus bases, su capital político. Más pequeño aún es el aumento de su aprobación entre tres y cinco puntos en las últimas encuestas de América TV-Ipsos y el IEP. En Ipsos pasó del 20% al 25% y, aunque ella es mucho menor que su desaprobación y no aumenta en absoluto su capacidad de maniobra, le da pie a los ayayeros para recomendarle que se ponga duro y que el pueblo le proveerá el respaldo que necesita para sobrevivir.
En primer lugar, no le mezquinemos al castillismo el aumento, presumiendo que está dentro del margen de error o que, comparado con América Latina, sus cifras son bajísimas. Igual, cabe sorprenderse de que, con tanto mazazo judicial y evidencias de corrupción, y con tantos reveses sufridos en su entorno, mantenga una aprobación de dos dígitos. Alejandro Toledo llegó a un dígito y pudo completar su gobierno sin mociones de vacancia ni investigaciones abiertas contra él.
En segundo lugar, no se puede entender el pequeño repunte en la lógica de un renacimiento de la fe en Castillo, pues no ha hecho nada que motive tal cosa, sino en la misma lógica del voto antisistema con la que nos explicábamos su triunfo electoral. Ese 25%, creciente o menguante (ya lo sabremos pronto), dudo que sean, en su gran mayoría, peruanos que se sientan efectivamente representados por el Gobierno, sino ciudadanos que desconfían y rechazan al sistema que lo juzga, que se ponen del lado y hasta se identifican con el que recibe el cargamontón del ‘establishment’.
En tercer lugar, quienes aprueban a Castillo difícilmente protagonizarán una revuelta popular para que no lo destituyan por alguna vía constitucional o lo defenderán luego de que lo saquen. No lo hicieron por Martín Vizcarra, que era más popular. No, no me estoy olvidando de la revuelta que tumbó a Manuel Merino, no me olvido de Inti y de Bryan, solo apunto que las consignas principales de esa movilización no buscaban reponer a Vizcarra, sino un cambio de elenco, un ‘que se vayan todos’, una protesta contra el ‘establishment’ que se arranchaba el poder. Ese es el riesgo de salto al vacío, de deslegitimación inmediata de los vacadores que, más allá de ‘niños’ corruptos y de la izquierda apañadora, repliega al Congreso.
En cuarto y último lugar, haya repunte o próxima recaída, este no es un asunto de definición electoral. Las cifras son un referente para que la acción política busque legitimarse, ya sea basándose en evidencias judiciales, buscando alianzas o concertando una transición; ya que conjurando el salto al vacío que se produciría si hoy mismo los rostros limeños más visibles del Congreso, con una acción mal fundamentada, concentran el protagonismo de la confrontación decisiva.